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Rafael Rubio

El algodón no engaña

Cuando uno no tiene de qué presumir la postura más inteligente, o al menos la más digna, es callarse. El juego de desatinos planteado por el ministro no ha hecho más que echar sal en la herida de la disidencia

El ministro de Asuntos Exteriores se mostró nervioso, retador y un poco chulesco en la rueda de prensa tras su encuentro con la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice. Ya fuera por el miedo al directo, o por la emoción del esperado y desesperado encuentro, el ministro de Asuntos Exteriores animó a renunciar a las percepciones y enumerar los hechos para establecer quién ha hecho más por los disidentes cubanos. Como si del Un, dos, tres se tratara, y tras apuntarse el merito de unas liberaciones que no son tales, el ministro se refería al encuentro de Bernardino León tras la cumbre de no alineados del pasado mes de septiembre, a los encuentros de nuestro embajador y... campana y se acabó.

Vayamos a los hechos. El ministro tiene ya edad suficiente como para recordar la ayuda que los países europeos prestaron a la disidencia durante el franquismo. Se trataba de un apoyo material, que facilitara la consolidación de organizaciones políticas y de sociedad civil capaces de asumir el liderazgo de la transición a la democracia (donde el apoyo del SPD alemán fue imprescindible) y un apoyo moral, otorgando a los líderes de la disidencia respaldo público y reconocimiento internacional que les consolidara como referencia en nuestro país y les otorgara protección frente a la persecución policial de la dictadura.

En ninguna de las dos materias se ha estrenado el actual Gobierno español. Más allá de la financiación a organizaciones del exilio afines, y la exclusión de cualquier otra organización crítica con su posición, el Gobierno español no ha destinado un euro para favorecer la consolidación de las organizaciones de la disidencia cubana. Ni siquiera ha hecho algo mucho más básico, como es aliviar los padecimientos de las familias de los disidentes que por sus ideas políticas se han quedado sin trabajo o han ingresado en prisión. El Gobierno norteamericano, por el contrario, ha destinado desde 1996 alrededor de 75 millones de dólares a ese fin, según un informe reciente del Congreso.

En el aspecto moral la cosa es mucho más grave. Zapatinos ha dado la espalda a la disidencia en repetidas ocasiones, liderando la política que logró que las embajadas europeas dejaran de invitarles a actos oficiales de conmemoración de la fiesta nacional o ignorándoles en su reciente visita a la isla. La embajada del señor Zaldívar se ha convertido en un lugar extraño para los disidentes; lejos de la mano abierta del anterior embajador Jesús Gracia, nuestra delegación parece ahora una oficina más del Gobierno cubano a la que los disidentes sólo acuden por invitación y preguntándose qué querrán de ellos esta vez. Lejos de saberse apoyados, tras el cambio de política del Gobierno español se sienten huérfanos. Mientras, el Gobierno norteamericano lleva años incorporando el apoyo a los disidentes en cualquier evento internacional en el que se trate la situación en Cuba. Su oficina de intereses en La Habana ha abierto sus puertas de par en par a la disidencia hace ya muchos años; desde allí, mientras respiran un soplo de aire de libertad, pueden conectarse a Internet o hablar por teléfono sin temor a ser escuchados.

Cuando uno no tiene de qué presumir la postura más inteligente, o al menos la más digna, es callarse. El juego de desatinos planteado por el ministro no ha hecho más que echar sal en la herida de la disidencia, cuyo principal reproche hacia nuestro Gobierno es el de haberlos relegado al olvido.

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