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La corrupción de los Zapatero

Los españoles ya dijimos sí al texto del tratado constitucional. Aprobar ahora otra cosa como si fuera un mero trámite administrativo, a hurtadillas de la voluntad popular, es un acto antidemocrático.

Los más ingenuos lo achararán al famoso monstruo de La Moncloa, otros a cuestiones más profundas de los personajes implicados. Pero en todo caso, nadie puede dudar de que los principios que tanto aireó Rodríguez Zapatero al llegar al poder se han evaporado como por arte de magia. Y en gran medida, a causa de su santa esposa, Sonsoles.

De acuerdo con lo publicado por el diario amigo, El País, la esposa de ZP ha estado echando mano de un diplomático, acreditado en Argel desde el 2005, para que le sirviera de acompañante y entretenedor en sus viajes. Acaba de estar con ella dos meses en París y antes también hizo lo mismo en Berlín. Ambos desplazamientos eran un asunto privado de Sonsoles, dedicada a sus quehaceres de artista. Nada hay que reprochar a que la mujer del presidente elija a sus compañías, pero alguien debiera haberla avisado, a ella o a su marido, de que los esparcimientos privados no deben pagarse con el erario público, que para eso el presidente tiene un sueldo. Y menos aún pervirtiendo un procedimiento como el de comisión de servicios, creado para otros fines.

Moraleda podrá decir ahora lo que quiera en defensa de la señora del presidente, malgastando también dinero público al hacerlo, pero no podrá encontrar precedente alguno, ni con Carmen Romero, esposa de Felipe González, ni con Ana Botella, esposa de José María Aznar. Lo que ha hecho Sonsoles con el dinero público y el destino de los diplomáticos –y con las lacras del servicio exterior en Argelia– sólo tiene un nombre: corrupción.

A su marido lo hemos visto también esta semana corrompiendo voluntariamente sus principios. Con tal de fotografiarse con Sarkozy, ZP se mostró plenamente dispuesto a renunciar a todo aquello que había defendido hasta anteayer. Mientras incitaba a Moratinos a organizar una conferencia de ministros en la que el único ministro que asistió fue el español con el objetivo de pedir más tratado constitucional, ahora acepta, sin más, olvidarse de la Constitución Europea. No tiene en cuenta que ya la hemos votado afirmativamente todos los españoles gracias a su entusiasmo. Además, el minitratado con el que se sustituirá incluye precisamente lo que más perjudica a España, el sistema de votación por la doble mayoría, que nos deja fuera y sin capacidad de vetar cuestiones que afecten a nuestros intereses directos.

A Zapatero parece importarle muy poco Europa, toda vez que no ha podido volver a su corazón, porque con sus políticas no tiene cabida en ella. Pero también parece darle nula importancia al esencial principio democrático de la voluntad popular. Los españoles ya dijimos sí al texto del tratado constitucional. Aprobar ahora otra cosa como si fuera un mero trámite administrativo, a hurtadillas de la voluntad popular, es un acto antidemocrático. Si el Gobierno está ahora dispuesto a aceptar una alternativa, debería someter su nueva actitud a referéndum. Cualquier otra cosa nos acerca peligrosamente al concepto patrimonialista y posesivo que la esposa del presidente tiene del poder.

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