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EDITORIAL

Sólo dos horas de castellano

Los nacionalistas catalanes jamás han creído en el bilingüismo; tan sólo lo adoptaron como careta para poder dar los pasos necesarios hacia el uso exclusivo del catalán en la educación y la administración.

Casi siempre es útil escuchar atentamente las palabras de quienes se ven a sí mismos en el papel de "ingenieros sociales" para ver la realidad. No cómo la cuentan, claro, sino exactamente al revés. Así, cuando Ernest Benach ha afirmado que "el Estado no se ha creído nunca que en España hay cuatro lenguas" y que ha visto como amenaza "lo que es un valor", sus palabras deben leerse de modo que reflejen con exactitud la realidad. Es decir, que los nacionalistas catalanes siempre han visto la presencia del castellano en la región como una amenaza y que jamás han creído en el bilingüismo; tan sólo lo adoptaron como careta para poder dar los pasos necesarios hacia el uso exclusivo del catalán en la educación y la administración.

La reducción a dos horas semanales decidida por el Gobierno catalán es una demostración del carácter de cruzada ideológica que para el nacionalismo tiene la lucha contra el castellano en el ámbito que pueden controlar. Tres horas a la semana no parecía pedir mucho, sobre todo cuando el resto de las clases se imparten en catalán, aunque para lograr esa dominación haya que violar la ley y los fallos del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Pero es que las acciones del nacionalismo no se rigen por la lógica ni por el servicio a los intereses de los gobernados, sino sólo al proyecto de dominación cultural e ideológica en el que, todo sea dicho, han tenido hasta ahora un éxito notable. Por eso, y sólo por eso, se han negado hasta ahora a llevar a los catalanes que escriben en la lengua de Cervantes a la Feria de Francfort, que se celebrará dentro de cuatro meses. En palabras de Carlos Ruiz-Zafón, uno de los represaliados, el asunto se ha convertido en una cuestión de "comisariado político más que de literatura o de cultura".

La excusa oficial es que el catalán está en peligro, mientras que el castellano goza de buena salud. Pero las lenguas no tienen derechos; los tienen sus hablantes. Si el destino de un idioma fuera desaparecer por falta de uso, sería una lástima, pero respondería a los deseos de quienes lo emplean o, para ser más exactos, dejan de emplear. No parece que esa fuera a ser el destino del catalán, de todos modos, pues siempre ha gozado de buena salud, incluso cuando en época de Franco se le sometía al mismo ninguneo institucional que ahora padece el castellano en la democrática Cataluña. También ahora el idioma común de todos los españoles convive con el catalán con normalidad en las calles. Pero aquellos que lo tienen como idioma materno, y quienes desearían aprenderlo para ampliar sus futuros horizontes profesionales, sufren el ataque despiadado de una ideología que pone al idioma, y con él a la tribu, por encima del individuo.

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