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EDITORIAL

Bermejo contraataca

Si Zapatero, que ha traicionado la confianza de Rajoy en ocasiones anteriores, quiere mantener el ambiente de distensión ha de reprender a su ministro de Justicia.

Ni veinticuatro horas ha tardado el Gobierno en romper el acuerdo de caballeros que el lunes alcanzaron Zapatero y el líder de la oposición durante su reunión en la Moncloa. El encargado de reanudar las hostilidades ha sido, como no podía ser de otra manera, Mariano Fernández Bermejo haciendo buena su fama de ministro de Justicia radical y sectario, acaso el que más en la historia de la democracia. Una demanda tan elemental como impedir que los batasunos emboscados tras las siglas ANV accedan a los ayuntamientos ha sido calificada por el ministro como "toreo de salón", es decir, como insensatez propia de quien no sabe lo que está diciendo. Bien empezamos con el presunto deshielo que hasta ayer todos los medios adictos al Gobierno publicitaban a bombo y platillo.

Pero Bermejo, que es hombre arrojado, poco propenso a medir sus palabras y militante como pocos, sacudió otra andanada al PP tachándole de mentiroso por las acusaciones que han caído sobre el Gobierno de haber hecho concesiones a la banda durante la tregua. En esto el PP no sólo no ha mentido sino que se ha quedado extremadamente corto. A lo largo del último año –e incluso antes– la obsequiosidad del Ejecutivo para con la ETA y sus satélites ha sido obscena. Y no sólo por el escandaloso caso de Iñaki de Juana. Durante todo este tiempo la ETA ha estado rearmándose en Francia y el Gobierno no ha hecho nada más allá de quitar hierro al asunto de un modo vergonzoso y, a la vista está, suicida e irresponsable. El terrorismo callejero ha renacido en las calles del País Vasco y ni Zapatero ni nadie en el PSE han movido un dedo para poner de manifiesto lo obvio: que el entorno etarra estaba envalentonado. La indulgencia con el brazo político de la ETA han sido continua desde las elecciones vascas de 2005, primero con la aparición del PCTV y posteriormente con la irrupción en las municipales de ANV, partidos ambos en cuya condición de pantalla de la organización criminal ha insistido hasta la Policía.

Por si todo lo anterior fuera poco, desde el PSE y el propio Gobierno se ha dado pábulo al asunto de Navarra, y sólo la ruptura de la tregua ha impedido un desenlace fatal pero perfectamente previsible en el Gobierno autonómico del antiguo reino. Cuando desde estas páginas decíamos que el Gobierno se había entregado a la banda no era retórica, era la constatación de una dramática realidad, la de los dos muertos de la T4 de Barajas. En los seis meses que transcurrieron desde el atentado en el aeropuerto hasta que la ETA se levantó unilateralmente de la mesa de negociaciones, Zapatero siguió haciéndose el sordo como si el estruendo de aquella furgoneta-bomba no fuese con él. Esta es la realidad se ponga como se ponga Bermejo. Sólo el maximalismo de la banda asesina ha evitado que el Gobierno Zapatero siguiese haciendo el ridículo a nuestra costa.

El hecho es que nadie ha pedido perdón en la Moncloa por semejante cúmulo de disparates cometidos en nombre de nuestra nación y de nuestro Estado de Derecho, pisoteados ambos por una cuadrilla de oportunistas metidos a apóstoles de la paz con agenda electoral. De todos es sabido que, aunque los comete bastante a menudo, Zapatero nunca reconoce sus errores. Esta vez no iba a ser menos. Lo que no nos esperábamos es que sus presuntas buenas intenciones para con el Partido Popular, el más votado de España, iban a disolverse en tan poco tiempo. Si Zapatero, que ha traicionado la confianza de Rajoy en ocasiones anteriores, quiere mantener el ambiente de distensión ha de reprender a su ministro de Justicia. El problema es que Bermejo es un hombre puesto ahí precisamente para lo contrario, para mantener vigorosa la línea principal del programa socialista: atacar al PP en cualquier circunstancia y lugar. No es casualidad que en la campaña electoral se convirtiese en el mitinero socialista más celebrado y faltón. Complicada tarea la de Zapatero, porque si difícil tiene reconocer que se ha equivocado, más difícil tendrá aun poner en su sitio a alguien que, como Bermejo, sólo sabe hacer lo que le han mandado hacer.

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