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José María Marco

Rito de difuntos

La Transición que se nos ha querido proponer como modelo en estos días (y que probablemente no corresponda a la realidad histórica) está completamente desfasada de la realidad política actual española.

Las celebraciones del aniversario de las primeras elecciones democráticas en España después de la muerte de Franco han sido un festejo de la clase política por ella y para ella misma.

La fecha, un día antes de la que correspondía, fue adelantada para que Sus Señorías y Sus Invitados no vieran perturbado su merecidísimo descanso de fin de semana. Sólo la lluvia, por otra parte, impidió el ridículo de que el Acto se celebrara en una carpa y no en el salón de plenos. La lluvia no impidió en cambio que se ocupara y cerrara a la circulación la calle, siempre a costa del dinero del contribuyente, ni que decir tiene. ¿Cuánto costó la inutilizada arquitectura efímera levantada a mayor gloria de Sus Señorías?

La retórica propagandística con la que se difundió el Acto, por otra parte, está a estas alturas más que amortizada. Es curioso, pero la evocación de las imágenes o las canciones de la Transición sólo suscita emoción cuando aparecen en manifestaciones públicas como las protagonizadas por las víctimas del terrorismo, a los que no sé si se invitó al Acto de la Carpa.

En este caso, lo que estas evocaciones consiguieron fue resaltar una distancia que no se había dado hasta ahora, la que empieza a existir entre una España real y otra oficial que no cuenta con la primera, ni la escucha ni apela a su voluntad como no sea en período electoral.

Y es que la Transición que se nos ha querido proponer como modelo en estos días (y que probablemente no corresponda a la realidad histórica) está completamente desfasada de la realidad política actual española.

Lo estaba ya en 1982, aunque entonces el hundimiento de la derecha permitió a los socialistas disfrazarse de partido de consenso. La victoria del centro derecha en 1996, y sobre todo la mayoría absoluta conseguida en 2000, dejaron bien claro hasta dónde los socialistas estaban dispuestos a llegar en esta materia. El consenso vale única y exclusivamente cuando gobiernan ellos, y sólo si todo el mundo está de acuerdo con su posición.

Por eso la celebración del "consenso" como forma de acción política, organizada a modo de ritual propagandístico por el partido del Gobierno y sus órganos mediáticos, resalta aquello mismo que se quiere ocultar: que es este mismo Gobierno el que está destrozando los principales consensos sobre los que se funda la convivencia democrática de los españoles, la unidad de la nación, la igualdad ante la ley, la libertad individual. Todo a mayor gloria de Rodríguez Zapatero, gran protagonista de esta tarea de demoliciones.

Quien venga después habrá de recomponer esos mismos consensos, pero sobre bases muy distintas a aquellas sobre las que se fundaron en esos tiempos. Al menos el discurso del Rey sugiere que algunas instituciones no han perdido –todavía– su capacidad de unir a los españoles.

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