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Clemente Polo

El chaconazo

A todos los desplantes anteriores, hay que sumar también el chaconazo, la decisión unilateral de retirar nuestras tropas de Kosovo que ha concitado universal rechazo entre nuestros aliados.

La decisión unilateral de España de retirar sus tropas destacadas en Kosovo es una prueba más de la falta de sensatez, coordinación y profesionalidad que caracteriza al Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero, apenas un año después de su reelección. El Ejecutivo de una potencia económica y política media como España con aspiraciones legítimas a estar presente en los núcleos de decisión internacional, debe ser coherente con su posición y sus objetivos y practicar una política consensuada con sus aliados y también, naturalmente, con el principal partido de la oposición que representa en este caso a más de diez millones de españoles.

Nada más lejos de la realidad. El Sr. Rodríguez Zapatero continúa prisionero de sus propios prejuicios intelectuales y practica una política exterior personalista e incoherente que desconcierta a todos los aliados de España y a la mayoría de los españoles. El asunto empieza a ser preocupante. La experiencia acumulada desde el advenimiento de la democracia nos indica que unos cuantos años en la Moncloa y una reelección convierte a cualquier presidente en un iluminado, presto a transponer sus caprichos y obsesiones personales al terreno de la acción política. En su caso, los caprichos y el desconcierto comenzaron casi desde el mismo día en que el Sr. Rodríguez Zapatero ocupó la residencia presidencial.

En efecto, apenas nombrado el nuevo Gobierno, el presidente comenzó a jugar a los soldados. Su personal visión de las relaciones internacionales, le llevó a ordenar al Sr. Bono, su primer ministro de Defensa, la salida inmediata de las tropas españolas de Irak. Cualquier estadista razonable, incluso si consideraba equivocada la decisión adoptada por el Sr. Aznar de llevar tropas españolas a Irak, se habría dado un tiempo para ponderar los pros y los contras de la medida, consensuar el plan con el principal partido de la oposición e iniciar contactos discretos con los aliados para plantearles una salida satisfactoria para todos. Fue un grave error del Sr. Rodríguez Zapatero que demostró su propensión a improvisar y su desprecio por la opinión del principal partido de la oposición y los aliados naturales de España.

Iniciar la reforma de los Estatutos de autonomía sin consensuar antes con el PP las líneas maestras de la misma, constituyó el segundo gran error del presidente en la pasada legislatura. Rehén de su propia frivolidad –aceptaré lo que digan los catalanes– y demostrando un gran desconocimiento de la historia de España en el último siglo, dejó abierta de par y en par y en manos de los independentistas catalanes con mayoría en el Parlament de Cataluña la reforma del Estatut. Naturalmente, ellos algo menos ingenuos que el presidente aprovecharon la ocasión para endosarle un proyecto de Estatut contrario a la Constitución que reclamaba para Cataluña "su derecho inalienable al autogobierno" y reflejaba la visión de España y Cataluña como dos Estados casi independientes ligados por relaciones de buena vecindad, en el mejor de los casos. Ni las abundantes enmiendas introducidas durante su tramitación en las Cortes, ni el pacto final con el Sr. Mas i Gabarró, líder de CiU, pudieron ya arreglar el desaguisado.

No fue el único patinazo en política interior. El presidente volvió a demostrar su ingenuidad al caer en la trampa de la organización terrorista y creer que él, tocado por los dioses, estaba destinado a alcanzar un final negociado con la banda terrorista ETA.

¿Qué hizo mal? No, le achaco que pusiera en marcha un proceso de conversaciones que en ese momento apoyaba la inmensa mayoría de los españoles tras dos años sin asesinatos. Tampoco le echo en cara que liderara la iniciativa de solicitar apoyo en el Congreso para iniciarlas. Su error crucial fue no haber ofrecido al PP, con el que tenía firmado un pacto antiterrorista, participar en los contactos y compartir con el Gobierno el posible éxito o fracaso de las conversaciones. Hay políticas de Estado que sólo pueden encontrar su deseable equilibrio cuando el partido en el Gobierno cuenta con la principal formación de la oposición. Un político que no entiende esta consideración elemental, no merece gobernar, porque acabará gobernando como un sectario, esto es, para su secta.

El presidente del Gobierno ha demostrado desde su reelección hace un año lo poco que ha aprendido de sus errores en la pasada legislatura. La decisión de sacar a las tropas españolas de Kosovo la ha adoptado de nuevo sin contar con el PP ni con sus aliados en la OTAN. Por no contar, en esta ocasión parece no haber contado ni con el Sr. Moratinos, su ministro de Asuntos Exteriores, opuesto a la misma, que "no ha sido consultado" y se ha enterado por la prensa. En el debe de España en política exterior, el presidente sigue sumando puntos: primero fue el banderazo que protagonizó al permanecer sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos en un desfile militar cuando era líder de la oposición; después, la retirada unilateral de las tropas españolas de Irak en 2004, la primera medida que adoptó su Gobierno: ahora, hay que sumar también el chaconazo, la decisión unilateral de retirar nuestras tropas de Kosovo que ha concitado universal rechazo entre nuestros aliados.

¿Tenemos lo que nos merecemos? Quiero recordar que hasta hace unos días la Sra. Chacón era la ministra mejor valorada de todo el Gabinete. Sus visitas a los soldados españoles en Afganistán, Líbano y Kosovo, haciendo gala en alguna ocasión de una imprudencia a todas luces innecesaria, y su bajo perfil mediático en la gestión de la crisis financiera y la recesión económica, la habían mantenido a salvo de la quema hasta ahora. Más allá del impacto que pueda tener la retirada de las tropas españolas Kosovo en la valoración personal de la ministra, me importa destacar la debilidad congénita de un Gobierno conformado para satisfacer la obsesión personal del presidente por la paridad y las exigencias de sus barones autonómicos, no por la probada solvencia profesional de sus ministros. Más que un Gobierno, el actual gabinete recuerda una escuela donde la severa maestra riñe a los niños traviesos mientras blande su vara alta: hay que trabajar más, niños, no sabéis lo grave que está la cosa.

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