Hubo una época en la que el fútbol se hablaba con acento húngaro. Hay que remontarse a Puskas, los magiares mágicos y a mediados del siglo pasado. Pero el retroceso en su fútbol se ha traducido en más de cuarenta años sin disputar una Eurocopa. Ahora estarán en Francia tras un camino que no ha sido fácil. Tercera de grupo y necesitando la repesca ante Noruega.

Bernd Storck ha inculcado sus ideas a sus internacionales. Tiene claras cuáles son sus virtudes y cómo empequeñecer los defectos. Ante rivales que apuestan por la posesión de balón como dinámica general durante el encuentro, centran sus esfuerzos en intensificar los robos en el centro del campo para iniciar contras que dejen desprovistos a sus opositores.

El problema aflora cuando se encuentran en las inmediaciones del área y no toman la decisión correcta que les lleva a perder la preciada letalidad. El seleccionador cuenta con dos jugadores sobre los que sustentar su fútbol. Por un lado, Ádám Nagy en el doble pivote. Por otro, Baláis Dzsudzsák, el capitán y quien aporta la chispa diferencial gracias a su habilidad con el balón, velocidad, llegada y capacidad asociativa con buenas asistencias.