Ha llegado el momento de imponer la Constitución en Cataluña, y para hacerlo no hay más remedio que recurrir al 155 y asumir los riesgos que ello conlleva.
Usar a los niños como escudos y exponerlos a un peligro cierto es la más execrable de la ya larga lista de actuaciones aberrantes de los golpistas separatistas.
Faltan seis días para el 1-O y lo único que podemos hacer es cruzar los dedos para que la tensión no acabe en una refriega cuyas consecuencias es preferible no imaginar.
La mayoría de los independentistas reconoce que Pujol puso la primera piedra y construyó todas las estructura de Estado que requerían los nacionalistas para dar un golpe de Estado con posibilidades de éxito.
Las manifestaciones de odio a España en territorio catalán siguen creciendo, acaso porque, como bien supo ver Quevedo, la nuevamente rebelde Cataluña no lo es, al menos no en exclusiva, ni por el güevo ni por el fuero.