La democracia garantiza el derecho de los pueblos a suicidarse políticamente. Lo que pasa es que, visto de cerca, el espectáculo no deja de impresionar.
Cuando hay violencia de por medio, en las relaciones de pareja y en cualquier otro ámbito, ha de perseguirse a quien agrede, con independencia de su sexo, religión o raza. Y a la víctima hay que protegerla y darle amparo.
Putin y Macron tienen poco que ver. Los une, eso sí, una consideración original de sus propios países y una conciencia reforzada de un significado propio, algo parecido a una vocación.