La cobardía de los golpistas de moqueta añade ignominia a este episodio innecesario de la Historia de España porque, como suele suceder, no tenían media torta.
La ofensiva contra la prisión permanente revisable puso al descubierto las lacras de una izquierda definitivamente desnaturalizada y de las variopintas sectas nacionalistas.
Las masas independentistas han empezado a desertar, ahora que se han dado cuenta de que no son el coro griego de un drama épico sino los figurantes de un mal sainete.
Los izquierdistas defienden a tipejos como Hasel o Valtonyc porque son de los suyos, no porque crean en la libertad de expresión, que para ellos no es un fin.
Las lenguas, lo diga o no el Tribunal Constitucional, no tienen necesidades, ni pueden estar en situación de desventaja. Eso solo se puede predicar de las personas.