Gobernar forzando cuanto sea necesario las normas para hacerlo como si dispusiera de una mayoría que está muy lejos de tener es un atentado contra la democracia.
En el hipotético caso de que Cifuentes o Casado hubieran hecho trampa, lo hicieron por vanidad estúpida y sin sacar nada a cambio, mientras que lo de Sánchez es corrupción pura y dura.
Hay motivos más que sobrados para un nuevo 155, pero el Gobierno de Sánchez prefiere presionar a los jueces con insidiosos comentarios sobre la inconveniencia para sus planes de que haya golpistas presos.
Sánchez cada vez se parece más al infame Zapatero; al punto de que se diría está siguiendo un plan para completar la rendición de España a los separatistas vascos y catalanes pergeñada por el indigno expresidente socialista.
No es descartable que la renovada confianza que los directivos de Agbar tienen en el Gobierno nacionalista-insurreccional sea una especie de seguro de permanencia en el negocio.
El centrista vendría a ser un pragmático con principios, escéptico comprensivo, desconfiado innovador, negociador transaccional y patriota constitucional leal al Estado de Derecho.