He de confesar que, desde las elecciones del catorce de marzo de 2004, me resulta imposible asimilar un proceso electoral con un derecho y un deber ciudadanos.
La profanación de templos católicos en Francia se ha convertido en una suerte de terrorismo simbólico: no ocasiona muertes, pero sí un inmenso daño moral.
Manolo Alcántara era un gran columnista. Fue también un gran poeta, un notable púgil y un magnífico cronista de boxeo. Pero, sobre todo, fue un gran conversador, que es como decir un gran observador de la vida.
Quien vende a sus conciudadanos es, sencillamente, una mala persona. Y quien pasa de decir "convocaré elecciones cuanto antes" a "agotaré la legislatura" es, además, un mentiroso.