El caso de Vox, vistos los resultados electorales, no desmiente el poder de las redes, pero lo desmitifica. Los medios convencionales, la radio y la televisión, siguen vivos y coleando.
Durante las pasadas fechas hemos asistido a una transformación cuasi religiosa, o al menos muy señalada, en la figura de Pablo Iglesias, el comandante de Unidas Podemos.
Los no independentistas sacaron 200.000 votos más que los independentistas. Jodidos números que solo se limitan a señalar quiénes están empezando a perder esta guerra.
Cualquier grupo que se precie lo primero que hace es constituirse en 'colectivo' para ser objeto de ayudas extraordinarias por parte del Estado benefactor.
Gran política sería si PSOE y Cs formaran un Gobierno en coalición, porque harían aún más irrelevante a Unidas Podemos y podrían atajar el golpismo catalán con firmeza.
El votante de centro-derecha asiste atónito a la desunión de unas fuerzas que, no se insistirá lo suficiente, deben dejar de encizañarse de manera suicida y volcarse en la lucha contra una izquierda letal para la sociedad.
Una cosa es que los electores no sean responsables de todo lo que hagan los partidos a los que votan, y otra convertirlos en irresponsables. No podemos empezar por privar a su voto de los efectos que querían que tuviera.
Sí, probablemente no caben tres partidos en la derecha, y al menos uno de ellos va a desaparecer a medio plazo. Debería ser el PP. Es el partido viejo, la marca lastrada por las traiciones ideológicas y la corrupción.