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Plinio Apuleyo Mendoza

El discípulo de Castro

Lo peor que hoy podía ocurrirle a Iberoamérica es descubrir que a un Fidel Castro, desacreditado y crepuscular, le ha surgido en Venezuela un discípulo empeñado en seguir sus malos pasos. Es el truculento Hugo Chávez. Dueño hoy de un poder casi absoluto, el presidente venezolano se ha convertido en un peligro para sus vecinos del área andina, en especial para Colombia. Ya no es un secreto para nadie que sus relaciones con las FARC y con el ELN son muy estrechas, hasta el punto de invitar a Caracas a Olga Marín, la hija del jefe guerrillero Manuel Marulanda, alias Tirofijo, para que expusiera en el Palacio Legislativo, sede del Congreso, su obvia impugnación al llamado Plan Colombia.

Para Chávez -como para la izquierda en todas partes- el peligro que acecha a su vecino no es la alianza de una guerrilla comunista con el narcotráfico, sino la ayuda que los Estados Unidos han decidido darle a lo que él llama “las rancias oligarquías colombianas”.

Lo que muy pocos saben es que Chávez, Castro, las FARC y el ELN, los sandinistas, los zapatistas y otros cuantos movimientos del mismo género, pertenecen al Foro de Sao Paulo, una especie de cofradía revolucionaria fundada en 1990 por iniciativa de Cuba y con el Partido de los Trabajadores de Brasil como anfitrión y fachada. Comparten las mismas y muy poco santas aspiraciones y objetivos. Es un explosivo cóctel de marxismo primario con populismo tropical.

Como Chávez pasa su vida hablando contra los ricos y los “neoliberales” en nombre de su “revolución bolivariana”, a mí me encantaría obsequiarle un libro del dominicano Juan Bosh titulado “Bolívar y la guerra social". Le sería muy útil, pues allí se demuestra que Bolívar tenía precisamente horror a la guerra de clases y de colores. El cuento de la oligarquía nunca fue suyo. ¿Cómo iba a serlo, si él mismo provenía de una familia rica? De modo que un discurso clasista en nombre suyo es un contrasentido. Pero además ocurre que las oligarquías -vistas como una casta social y política privilegiada- ya no existen en Colombia. Nuestros presidentes suelen provenir de una modesta clase media de provincia, y algunos como Belisario Betancur de un nivel más popular: era hijo de un arriero. Claro, para el gusto de Chávez, tienen todos ellos un rasgo muy incómodo: hablan y escriben un buen castellano. Y algo peor: son más amigos de la democracia que de Castro.

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