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José García Domínguez

El Bigotes como síntoma

Cuando concluya el show de Garzón, Bermejo, El Bigotes, el de la gomina y el resto de la mierda aún por emerger tras las bambalinas de Orange Market & Cia, deberemos hurgar en el porqué de la crónica pulsión suicida de la derecha española.

"Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio". Admitámoslo, si de algo ha de servir este sórdido espectáculo crepuscular, el del cotidiano cruce de navajas en la derecha, será para demostrar la exclusiva diferencia entre PSOE y el PP, a saber, que el uno da forma a un partido político y lo otro, a un conglomerado de ambiciones personales que a duras penas logra retener unidas la dulce argamasa del Poder.

Así, cuando concluya el show de Garzón, Bermejo, El Bigotes, el de la gomina y el resto de la mierda aún por emerger tras las bambalinas de Orange Market & Cia, deberemos hurgar en el porqué de la crónica pulsión suicida de la derecha española. Y preguntarnos por ese impulso cainita que ya llevó a la voladura controlada de la UCD desde el propio Gobierno, un fenómeno único en la historia del Occidente romanizado.

Al respecto, Francesc de Carreras acaba de achacar la tara congénita de los conservadores a que tampoco el PP ha sido capaz de entroncar sus señas de identidad en algo parecido a una tradición nacional. A su juicio, un empeño más que arduo si se toma en consideración el parco pedigrí democrático y liberal de la derecha española. Sólido argumento al que nada cabría objetar si no fuese porque las raíces ideológicas, culturales y sentimentales de la izquierda realmente existente proceden de un origen exactamente igual de agreste, cerril y autoritario. Ni más ni menos.

Cuestión muy distinta es que la derecha dizque pensante, merced a su miopía incurable, decidiera regalar a sus adversarios un legado cultural y moral que debiera considerar como propio. Un patrimonio espiritual que nace con el progresismo liberal incubado en las Cortes de Cádiz; que continúa por la muy burguesa Institución Libre de Enseñanza; que sigue en el regeneracionismo del noventa y ocho; y que concluye en la –parca– oposición democrática a la dictadura. Todo, alegremente tirado por la borda. Peor que un crimen, que terciaría Fouché.           

Y es que mientras ese sanedrín de autistas que ordena la jerarquía de la derecha política española no comprenda eso, no entienda de una vez que la definitiva modernidad de su potencial base sociológica trasciende en mucho al Partido Popular, seguiremos como ahora: camino de nada. Eso sí, a navajazo limpio.

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