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José Antonio Martínez-Abarca

La carne roja es progresista

Alguien tiene que hacer el trabajo sucio en esta cómoda sociedad y resulta que es Bermejo, acompañado de un juez Garzón que, en ese recuento de papás de Bambi, no se sabía si los había cazado o los había exhumado desde alguna cuneta de la Guerra Civil.

El ministro de Justicia por el turno de noche cerrada Bermejo hace el mismo uso de la palabra "oportuno" que de la palabra "antiestético", que en su boca tienen la misma consistencia que lo de "antidemocrático" del famoso "vendaval" según Alfonso Guerra. Por decirlo de manera suave, el ministro es un relativista. Su cacería le ha parecido no oportuna porque ha trascendido, no porque las fechas estuvieran mal elegidas. Y le ha parecido antiestética porque se ha visto sangre y tripas en las portadas de los periódicos y los vegetarianos amigos del Gobierno han visto peligrar su chiringuito de apariencias, basado, como todos los de la izquierda, en la superioridad moral, no porque el pasearse desafiante entre cuerpos aún tibios a los que la escopeta de Bermejo practicó un "ojo de buey" esté feo.

En realidad, el ministro no se arrepiente de nada, porque piensa que en guerra contra los fascistas todo vale, incluido el descanso del héroe, y las monterías son un entrenamiento por lo que pudiera pasar. Hay que estar preparados e ir haciendo mano. "Tengo buena puntería", nos tiene advertido.

La verdad es que esas fotos publicadas eran un canto a las virtudes ideológicas de la carne roja, cosa que se compadece mal estéticamente con las camisetas con mensaje y la macrobiótica de buena parte del zapaterismo. A eso se refería el ministro con la poca estética, no al hecho cinegético en sí. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio en esta cómoda sociedad y resulta que es Bermejo, acompañado de un juez Garzón que, en ese recuento de papás de Bambi que salía otro día en la primera página de ABC, no se sabía si los había cazado o los había exhumado desde alguna cuneta de la Guerra Civil (cuando hace de forense, sus ojillos de chincheta se le ponen más juntos que nunca, rasgo facial que la fisiognómica de don Julio Caro Baroja, la interpretación de la personalidad a través de la cara de uno, deja en muy mal lugar).

Recuerdo que una vez, contra mis convicciones conservacionistas, compré carne de ballena en el círculo polar de Noruega. Pudo más mi curiosidad de gato. Desde que llegó la carne a España, era posible dar conmigo porque no había forma de parar el reguero de sangre que me seguía, inusitada, demencial para el escaso kilogramo de solomillo. Era como una sangre espectral, asesinada, que me acusaba por la calle y hasta llegar a mi frigorífico. Desde la cacería hay unas suelas mezcladas de sangre imborrable, como las manchas que pintaba cada noche el fantasma de Canterville de Wilde en las escaleras de su mansión, que llevan, tumultuosas, indistintas, hasta un despacho del Ministerio y a otro de la Audiencia Nacional.

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