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Serafín Fanjul

Puntos suspensivos

La protección de los delincuentes es uno de los tabúes de la izquierda y por consiguiente se excluye la cadena perpetua. Ya saben: el criminal es víctima de la sociedad, todos somos culpables, el fin de la pena es la reinserción, etc.

Sandra Palo, María Luz Cortés, Marta del Castillo...y muchas otras antes, más las que vendrán, son niñas o muchachas asesinadas a las que no se ha hecho justicia y a quienes políticos y juristas no tienen la menor intención de hacérsela. Ayer, martes 24, Rodríguez recibió al padre de Marta, como hace un año dedicara el mismo paripé al padre de Mari Luz. Y como recibirá dentro de unos meses a otro hombre desesperado cuya hija habrá sido asesinada entre tanto, una niña o una joven con la que ahora está jugando, o bromeando o llevándola al colegio. Todos sabemos que será así, sin remedio. Y suerte tendrán los familiares si, además, el prócer no aprovecha la ocasión y les coloca algo sobre su abuelito.

En estas mismas páginas digitales hemos denunciado infructuosamente la indiferencia, la hipocresía, la inanidad de quienes dicen moverse " por aquellas cosas que de verdad preocupan a los españoles (o los ciudadanos, si el perorante es de izquierdas)". Por descontado, no somos tan ingenuos, o tan vanidosos, como para creer que un artículo de prensa (o cincuenta) van a modificar la legislación y la feliz siesta de los satisfechos diputados que vivaquean en el Congreso.

Junto a la liquidación de la energía nuclear, el antimilitarismo suicida, el cambio climático y el buenismo tercermundista, la protección de los delincuentes es uno de los tabúes de la izquierda y por consiguiente se excluye la cadena perpetua. Ya saben: el criminal es víctima de la sociedad, todos somos culpables, el fin de la pena es la reinserción, etc. Y si no basta, la Constitución (ojos en blanco, boca admirativamente abierta) no permite incluir un castigo tan duro que descarte la salida de la cárcel. Todos los políticos en ejercicio, ante un micrófono, se sitúan frente a la opinión mayoritaria de la gente. ¿Por qué? Es la pregunta. ¿De verdad abrigan tan nobles sentimientos? ¿O no se trata, más bien, de una cuestión de imagen, de tabú intocable por pereza o miedo, dentro de su grupo, el de los políticos? Los argumentos –cuando se molestan en explicar en algo– son bien conocidos: la dureza de las penas no disuade a futuros delincuentes, la justicia no puede ser venganza, la Constitución sólo se debe tocar por motivos importantes, como tener un rey o una reina. Al parecer, el padre de Marta ha respondido al paternal anfitrión que "los españoles dormimos igual si nos preside un rey o una reina, pero no dormimos si nos falta un hijo en casa". Imposible sintetizar mejor lo que piensa el pueblo español al respecto. Y digo "pueblo" y "español".

Pero ni de un referéndum quieren oír hablar, no sea que los españoles den en pensar de unas cosas en otras y el cotarro se acabe desmandando, con grave menoscabo de mercachifles y mangantes: aquí no se toca una coma.

Y mientras seguimos esperando que los actuales dirigentes del PP se enteren de una vez de qué es "lo que de verdad preocupa a los españoles" e incluyan en todos sus programas electorales esa petición de referéndum, aclararemos que penas duras sí disuaden y en cualquier caso sacan de la circulación a auténticas alimañas que no pueden reincidir. Y si quieren tiramos de hemeroteca con los casos de asesinos excarcelados tras levísimas condenas, o en permisos carcelarios, que aprovecharon la ocasión para matar a otras personas. Mientras los puntos suspensivos se siguen llenando con nuevos nombres, los españoles podemos –debemos– preguntarnos quién defiende nuestros derechos. Empezando por el derecho a la vida.

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