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Eva Miquel Subías

Me tienen manía, mamá

No sé si ahora despertamos mayor antipatía que antes en el resto de España o igual, no tengo la menor idea. Y, de hecho, puedo estar de acuerdo en que algunas actitudes y planteamientos no ayudan demasiado a mostrar nuestra cara más amable.

Ya que estos días se está celebrando el Torneo Accenture Match Play de Golf en Arizona y Tiger Woods ya ha quedado eliminado, les contaré algo.

No hace mucho descubrí que, en términos golfísticos, cuando una bola sale disparada de forma muy rasa, aunque recorriendo una distancia considerable, hay quien la denomina "bola catalana". Para calmar mi curiosidad, pregunté el motivo a un jugador, a lo que me contestó: "la llamamos catalana porque es rastrera y comercial". Así, con un par.

Una servidora, que suele ser bastante ligerita en cuanto a reflejos, se quedó con una cara de pasmarote impresionante.

Bien es cierto que tengo tendencia a una cierta exageración y en fin, es justo reconocer que no se trata de una expresión ni un sentimiento mayoritario, aunque si me permiten, lo voy a tomar como algo sintomático de lo que pasa en la actualidad.

Más. Al llegar a casa y proceder a mi zapping habitual, encontré un resumen del popular concurso de chirigotas de Cádiz con motivo de los ya tradicionales carnavales. Hasta seis coplas le dedican a las declaraciones de Montserrat Nebrera sobre el acento andaluz de la ministra de Fomento. Pero a mí no me la pegan. Con la excusa de las desafortunadas palabras, se emplean bien a fondo. Dejando de lado que unas tuvieron más o menos gracia que otras, porque las hay para todos los gustos, aprovechan la ocasión para dejarnos a los catalanes bien contentos. Y a todos, como de costumbre, metiéndonos en el mismo saco. A los más o menos catalanistas, a los nacionalistas independentistas, a los nacionalistas más moderados, aunque –en el fondo– sea una redundancia, a los que nada tenemos que ver con posturas nacionalistas de ningún tipo y simplemente intentamos ser buenos catalanes y españoles, a todos.

Y eso, amigos míos, hace pupa. Creo que tengo un gran sentido del humor y suelo hacer autocrítica en muchísimos aspectos de mi vida, con mis ideas, con mis comportamientos, con la política que se hace en mi tierra y con la que –a mi parecer– se hace en su nombre perjudicando a la misma y a sus gentes con normativas asfixiantes e incluso claustrofóbicas.

Pero una cosa es la política y otra muy distinta es que la crítica se haga extensiva a todo un territorio y a sus vecinos, porque ya cansa un poquito y no tiene pizca de gracia, la misma de la que –según una chirigota– dice que carecemos los catalanes ya que al parecer, no han conocido a ninguno mínimamente gracioso. Pues nada, tendré que presentarles a algunos de mis amigos. Aunque bien es cierto que la fina y elegante ironía de la que gozan, no sé si estará a la altura de los coplistas a los que me refiero.

Alguien dijo que generalizar es siempre el camino más directo hacia la equivocación. Y miren, estoy de los tópicos un poco hasta el gorrillo. Que si los madrileños tienden a una cierta chulería, que no, que lo son más –según mi madre– los asturianos, que si los gallegos suben o bajan dando rodeos sin contestarte jamás directamente a cualquier cuestión o que los andaluces son graciosos. Pues no, no es así.

De todas maneras, estas anécdotas me hacen reflexionar sobre la imagen que tenemos los catalanes fuera de nuestro hábitat. No sé si ahora despertamos mayor antipatía que antes en el resto de España o igual, no tengo la menor idea. Y, de hecho, puedo estar de acuerdo en que algunas actitudes y planteamientos no ayudan demasiado a mostrar nuestra cara más amable.

Tampoco ayuda que el jugador del Barça Thierry Henry haya apuntado, en una reciente entrevista que "Cataluña no es España y eso hay que sentirlo"; porque, a pesar de que cuando lees sus declaraciones en todo su contexto, se puede llegar a entender lo que pretende decir, no contribuye demasiado a que las aguas reposen.

Pero, en fin, ya ven, unas veces lo sobrellevo mejor que otras y esta vez lo he llevado mal, que una servidora también tiene su corazoncito, que es catalán. Así que me voy a descansar con mi familia y a comer los últimos calçots de la temporada, a ver si me cuidan un poco y me hacen ver que no, que no nos tienen tanta manía. Que, aunque el madrileño que convive con la que esto les cuenta ya lo dice, creo que es debido a su total imparcialidad.

Aunque igual sería más efectivo diseñar unas camisetas en las que se pudiera leer: "Yo tampoco soy Josep Lluis, ni aquí ni en la China Popular".

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