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Javier Moreno

Vestir un santo...

EpC es un enorme fraude, un vestir a un santo que sólo existe en la imaginación para desvestir a otro que está delante de nuestras narices, un auténtico atentado contra la naturaleza humana.

Los acontecimientos, y las informaciones sesgadas y parciales ulteriores, se suceden rápido en esta nuestra sociedad de extensas e imbricadas redes de comunicación. Son múltiples los seductores cantos de sirena nacidos de un simbolismo de instantáneas (foto de las Azores, grumos de chapapote del Prestige, Cumbres de Alianzas de Civilizaciones...). Pero si miramos por debajo de la superficie encontramos algunas pautas recurrentes y generalmente van en sentido contrario de lo que nuestra engañosa percepción inicial nos decía.

Hace no mucho que el Tribunal Supremo dictó sentencia. De antemano sabían los socialistas cuál sería el sentido de ésta y nadie puede llamarse a engaño sobre el particular. La Educación para la Ciudadanía había ganado la partida en los tribunales y en los medios de comunicación.

La guerra subterránea sin embargo continúa y no puede acabar nunca. Y es que algunos pretenden, llevados por sus ansias de dominio, someter al raciocinio superficial del aquí y del ahora una magnitud intemporal y universal que, naturalmente, les queda grande, como es la naturaleza humana, vistiéndola con el traje gris y estrecho de la Ciudadanía. Pretenden salirse con la suya haciendo lo que aconseje la jugada que, en este caso es adoctrinar sobre la igualdad de los géneros, la "normalidad" de la homosexualidad, el cambio climático, el multiculturalismo y el relativismo moral consiguiente, la desigualdad económica y pobreza causadas por el capitalismo y el neoliberalismo, lo maravillosos que son los padres colegas y lo mojigatos y rancios que son los que no se enrollan...

Entre los humanos hay, como entre otros animales, diferencias morfológicas y de comportamiento entre los sexos: hombres y mujeres somos diferentes. Esto, por supuesto, no entraña que unos u otros sean mejores, pero sí tiene implicaciones sobre cómo somos que no pueden obviarse sin cometer errores e injusticias. Tampoco deben cometerse errores e injusticias con la homosexualidad puesto que, pese no adaptarse a la norma es, en cierto sentido, un comportamiento natural. Una unión homosexual es perfectamente legítima y digna, pero en ningún caso podrá ser equivalente, a partir de esa legitimidad y dignidad, a la heterosexual, puesto que esta última es la que crea el marco de la familia genética, núcleo biológico insoslayable de toda sociedad.

Desde dicho núcleo la gente cuida su entorno. Lo hace básicamente porque cuida su parcela. Pedir a un ser humano que mire mucho más allá de ese entorno es pedirle demasiado. Quizás lo haga forzado o para cumplir con las convenciones sociales ante los demás y ante sí mismo (lo cual no deja de ser su parcela), pero con concienciaciones basadas en datos científicos incompletos (cuando no falsos) propalados desde púlpitos políticos por sacerdotes del cientifismo no se pueden cambiar las mentes de las personas para que se comporten de una manera más ecológica (y antieconómica). Y cuanto más azuce la necesidad, menos todavía (si hay que talar un árbol o matar a un ciervo para sobrevivir el planeta se puede ir al Infierno, con perdón). Así pues, la campaña C/C (cuenta corriente de Gore) también va contra nuestra naturaleza. Por mucho que nos concienciemos de boquilla, repitiendo algún mantra políticamente correcto, no seremos capaces de superar las barreras que esta impone.

El multiculturalismo supone un loable intento de hacer convivir lo diverso, pero nos lleva a caer en la falaz y fatal equidistancia de creer que todas las culturas son moralmente equivalentes. Así, los logros de la cultura occidental, o los fracasos, por ejemplo, de la musulmana, no se deberían a nada esencial a las mismas, sino a contingencias históricas. Y así, el capitalismo y el liberalismo, que son dos sistemas no deliberadamente organizados pero que se han revelado enormemente productivos y mejoradores de las condiciones de vida de las personas son, por inversión moral, malos. Y los principios y valores en los que se asientan también: mirar al futuro, proyectar, crear capital, invertir o construir se convierte en malo, siendo lo bueno "divertirse", mirar al presente alegremente, la vida en colores: permanecer en una irresponsabilidad perpetua, siempre jugando, siempre bebiendo y bailando. Los padres que pretenden que sus hijos estudien –es decir: inviertan en su futuro– son dictadores perversos, los padres colegas de la bodega que dan una palmada en la espalda a su retoño cuando este despierta con resaca son buenos. El carpe diem de decadente hedonismo queda así institucionalizado. Pero nuestra naturaleza es previsora y luchadora. Como dijera Pascal, no estamos hechos para permanecer tranquilos en una habitación. Ganamos el pan con el sudor de la frente que sirve de frontispicio de la mirada al futuro.

Las imposiciones desde las alturas olímpicas del poder político moderno sobre los individuos, convertidos por la magia de los números en meros receptáculos impersonales de instrucciones, raramente alcanzan el objetivo deseado. Las diversas campañas emprendidas por el poder para concienciar a la gente, para mejorarla, llevan generalmente a lo contrario de lo que perseguían. El caso paradigmático es el del socialismo en todas sus formas, que conduce ineluctablemente a la servidumbre del pueblo llano a una elite gobernante, justo lo contrario del ideal pregonado. No pueden diseñar "ciudadanos ideales", "hombres perfectos" (de acuerdo con su torcida idea de perfección). No pueden hacernos progresar hacia una "democracia avanzada y plural" en la que todos seamos amigos y trabajemos colectivamente por el bien común, logrando óptimos resultados en cuanto a prosperidad y bienestar se refiere. No funciona. Así que o son unos cínicos que buscar poder sin reparar en medios o son unos necios incorregibles.

Todas estas consideraciones me llevan a la conclusión de que la Educación para la Ciudadanía es un enorme fraude, un vestir a un santo que sólo existe en la imaginación para desvestir a otro que está delante de nuestras narices, un auténtico atentado contra la naturaleza humana.

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