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Riesgos y amenazas

La proliferación de atentados masivos, dirigidos contra objetivos en la mayoría de las ocasiones chiíes, nos retrotrae a las imágenes vividas en Irak entre 2004 y 2007.

La proliferación de atentados, los obstáculos políticos internos y la premura de británicos y estadounidenses por reducir su presencia, pueden ser factores que coadyuven a dificultar la normalización de Irak. Si a ello unimos la obsesiva priorización de Afganistán y Pakistán en la agenda de seguridad de Obama ello puede incrementar las debilidades que afectan al país árabe, o al menos la percepción de estas, abonando el terreno a los insurgentes/terroristas que, a pesar de los logros conseguidos en el último año en la lucha contra ellos, pueden revitalizarse.

Últimamente la proliferación de atentados masivos, dirigidos contra objetivos en la mayoría de las ocasiones chiíes, nos retrotrae a las imágenes vividas en Irak entre 2004 y 2007. A título de ejemplo, más de 40 personas morían en el barrio chií de Ciudad Sadr, en Bagdad, en tres explosiones producidas el 29 de abril; el 24 de abril morían más de 60 personas, varias de ellas peregrinos iraníes, en un doble atentado cometido en el barrio chií de Jadimiya, en Bagdad; el 23 morían 87 personas en tres atentados suicidas, uno producido en las proximidades de Baquba matando a 56 personas, la mayoría peregrinos iraníes, y otro realizado por una mujer provocaba 28 muertos en el barrio bagdadí de Al Qarrada; el 8 de abril eran 7 los muertos por una explosión en el distrito chií de Jadimiya; el día 7 morían 9 personas también en Jadimiya por otra explosión; y el 6 de abril la explosión de siete coches bomba provocaba 37 muertos en Ciudad Sadr. Tanta sangre eclipsaba el éxito logrado por las fuerzas de seguridad iraquíes al capturar el 23 de abril al máximo líder de Al-Qaeda en Irak, Abu Omar Al Bagdadi. Por otro lado, tantos atentados concentrados en pocas semanas llevaban al general David Petraeus, jefe del Mando Central estadounidense (USCENTCOM) y artífice de la mejora vivida desde 2008, a afirmar ante la Cámara de Representantes que los progresos logrados son "frágiles y reversibles".

La parálisis política coadyuva indudablemente a ello y se refleja en el retraso permanente de las decisiones sobre el reparto del poder territorial, incluso después de haberse celebrado las elecciones provinciales el 31 de enero. Cuestiones como el estatuto definitivo de la rica ciudad petrolera de Kirkuk, ambicionada por los kurdos frente a la oposición de los habitantes árabes y turcomanos instalados en ella por Saddam Hussein; la aprobación de una necesaria Ley de Hidrocarburos que fije el reparto de los ingresos por la venta del petróleo; o la gestión del retorno de más de cuatro millones de refugiados que viven fuera de Irak se hacen todas ellas esperar. Mientras el primer ministro Nuri Al Maliki prometió empleos a los milicianos suníes que se unieron a las autoridades para combatir a Al-Qaeda –y contra los que ya han chocado efectivos del ejército iraquí apoyados por tropas estadounidenses, como en los enfrentamientos en Bagdad el pasado 29 de marzo– así como la restitución en sus puestos o la concesión de pensiones a los militantes del Partido Baaz no ha cumplido ninguno de dichos compromisos. La salida el 30 de abril de las tropas británicas de Basora, ciudad en la que en marzo fuerzas iraquíes apoyadas por estadounidenses hubieron de emplearse a fondo para reducir la influencia de las milicias proiraníes de Muqtada Al Sadr, y la anunciada de buena parte de las estadounidenses antes de agosto de 2010 hacen temer a muchos que los enemigos de la estabilización de Irak aprovechen para reforzar su ofensiva.

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