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Gina Montaner

Vitaminas contra la recesión

La actual Administración sigue en la línea de los bailouts y el gasto millonario por parte del Estado, bajo la creencia de que es la única medicina que acabará por sanarnos. Entretanto continúan enmarañados en el laberinto del sistema de salud pública.

Por el momento los Estados Unidos viven la crisis económica como un enfermo crónico. Hay días mejores en los que los indicadores de la Bolsa suben y los malos augurios de una deflación no se cumplen. Pero los achaques y el estado de precariedad forman parte de una situación en la que amigos y conocidos están perdiendo sus empleos y la gente apenas puede pagar unas viviendas de las que tampoco puede deshacerse. Como los drogadictos o los alcohólicos, cuya salud finalmente se ve minada por los años de excesos, la sociedad estadounidense está sumida en una postración que va para largo.

Cuando la medicina tradicional no es capaz de curar los males, los convalecientes recurren a medicamentos alternativos. En este caso son muchos los que, en un intento por guarecerse del chaparrón financiero, están acudiendo a las farmacias y herbolarios en busca de productos naturales que protejan el sistema inmunológico en épocas de vacas flacas. El considerable aumento de las ventas de complejos vitamínicos como las cápsulas de ajo o de aceite de bacalao, no se debe tanto a la fe en remedios caseros como a la imposibilidad de cientos de desempleados sin seguro médico de pagar la incosteable medicina privada. En un artículo publicado en el New York Times se citan datos de la empresa de marketing Information Resorces Inc., según los cuales en los últimos tres meses del pasado año las ventas de vitaminas aumentaron un 8% comparado al mismo periodo en 2007.

Antes de pedir cita con un doctor o especialista que podría cobrar una media de 200 a 300 dólares por una consulta sin incluir analíticas, los más necesitados se están atiborrando de hierbas y brebajes para prevenir dolencias cuyo diagnóstico podría terminar por arruinarlos del todo. Aquejados de la gripe o un catarro, lo único que está a su alcance son jarabes y pastillas sin recetas, porque sin seguro médico una caja de antibióticos podría ascender a cien dólares. O sea, el repentino entusiasmo por las infusiones con miel no se debe a una militancia New Age, sino a la falta de recursos de quienes de un día para otro se encuentran en la calle.

Las más recientes cifras del censo indican un considerable descenso del número de mexicanos que cruza la frontera ilegalmente, y por primera vez hay literas desocupadas en los albergues donde pernoctan antes de escabullirse en la noche. Este fenómeno no se debe ni al brote de fiebre porcina en el país vecino ni al incremento de la vigilancia por parte de las autoridades americanas. Simplemente hay menos inmigrantes dispuestos a arriesgarse a cruzar el Río Grande porque las escasas expectativas laborales han interrumpido temporalmente el Sueño Americano.

El Gobierno de Obama sigue una política de error y tanteo en busca de una fórmula que solucione los agujeros financieros que cavaron en Wall Street, la proverbial ineficacia de la industria automotriz o la irresponsabilidad de unos bancos que contaron con la complicidad de millones de clientes dispuestos a adquirir propiedades que no podían permitirse. La actual Administración sigue en la línea de los bailouts y el gasto millonario por parte del Estado, bajo la creencia de que es la única medicina que acabará por sanarnos. Entretanto, como sus predecesores, continúan enmarañados en el laberinto de un sistema universal de salud pública que hasta ahora nadie ha sabido cómo poner en práctica. El antídoto contra tanta incompetencia está por descubrirse.

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