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Cuatro para Bush

El sistema para juzgar a los detenidos, creado por Bush con las bendiciones del Supremo y del Congreso, objeto de toda clase de denuestos, las llamadas "comisiones militares", ahora resulta estar bien.

Diferentes cuestiones relacionadas con algunos aspectos de los métodos utilizados por la Administración Bush en la Guerra contra el Terror acaparan la actualidad americana casi como si la crisis que nos empobrece de día en día no nos concerniera. Quién sabía qué y cuándo sobre las supuestas torturas es una. Qué hacer con los prisioneros de Guantánamo y cómo juzgarlos es otra. Está, finalmente, por ahora, la publicación o no de fotografías de malos tratos por parte de las tropas americanas en el interrogatorio de detenidos. Siete titulares en el lugar preferente de la página de inicio del Washington Post del viernes 15. Más o menos lo mismo en cualquier otro medio. Y en los días anteriores y en los siguientes. Sin contar los artículos en las páginas de colaboraciones y opinión.

Obama se ha pillado los dedos hasta el codo y los demócratas están que bufan con el asunto. La última, pero sólo de momento, en hacer contorsiones houdinescas para zafarse de la trampa en la que se ha metido es Nancy Pelosi, la poderosa y retorcida líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Su defensa ha sido propinar acusaciones a diestro y siniestro. Obama preventivamente –no, claro está, de los males ya causados sino de los que podrían seguir– ha decidido decir diego donde había dicho digo y dar marcha atrás. El sistema para juzgar a los detenidos, creado por Bush con las bendiciones del Supremo y del Congreso, objeto de toda clase de denuestos, las llamadas "comisiones militares", ahora resulta estar bien. Sólo se refuerzan los derechos de los acusados. La clave estaría en exigir que se revelen secretos de inteligencia. Tal y como están yendo las cosas, no parece que esa involución sea posible. Una para Bush.

Las fotos no se publican, aunque Obama no ha cerrado el asunto, y no lo hará mientras no las declare secreto por razones de seguridad. El presidente se ha plegado a las opiniones de sus militares que creían que la publicidad enardecería los ánimos hostiles y pondría en peligro la vida de los soldados. Si la más bien anodina foto del encapuchado de Abu Ghraib con los brazos abiertos lo hizo, cualquier otra lo volvería a repetir. Una foto vale más que mil insultos. No se dirige a la inteligencia sino a las vísceras. Eso es precisamente lo que buscan los izquierdistas americanos que demandan la publicación. Y sólo para eso sirven, porque el asunto está ya justamente probado, juzgado y sancionado. Otra para Bush.

El cierre de Guantánamo no lo fió Obama suficientemente largo al día siguiente de su toma de posesión. El año prometido va a quedarse corto. Nadie quiere a los prisioneros en territorio americano y cualquier congresista que no levante la voz en contra se juega su reelección. ¿A quién se los va a colocar fuera si las cosas están así dentro? Ni el taimado Zapatero se atreverá. Otra más.

Por último, pero no lo menos importante, las acusaciones de torturas contra la Administración Bush se han convertido en un boomerang. La CIA había informado ya en el 2002 a los principales líderes demócratas de los procedimientos que iban a usar –y luego usaron– en los interrogatorios, tras haberlos sometido a un minucioso estudio jurídico que concluyó que, a pesar de su dureza y excepcionalidad, no incurrían en la definición de tortura. Nadie objetó nada ni entonces ni durante años. Ahora la señora Pelosi hace malabarismos lingüísticos declarando taxativamente que la CIA no le dijo que estuviera practicando la más dura de esas técnicas, la tabla de agua o waterbording, un ahogamiento fingido durante un máximo de 50 segundos, aplicado a tres de los más importantes miembros de Al Qaeda detenidos, en un número muy reducido de sesiones. ¡Claro que no! Lo que le dijo es que lo iban a usar tras haber concluido que, en las circunstancias, no violaba la ley. La señora explica su silencio por su absorbente dedicación a la decisiva causa de derribar del poder a los malvados republicanos. ¡Qué respuesta mejor! Y van cuatro. 

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