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José García Domínguez

Elogio de la censura

Por lo visto, la primera y principal obligación de la televisión estatal consiste en servir de cauce propagandístico a las algaradas contra la dignidad colectiva de los contribuyentes que la sostienen con sus impuestos.

Quizá el rastro más indeleble que dejó el franquismo en nuestra psicología colectiva sea el temor, que digo temor, el pánico escénico a que cualquier acto de autoridad, hasta el más nimio, pueda percibirse como intolerable gesto de autoritarismo. La aparente liberalidad de la sociedad española que tanto asombra a los visitantes europeos, desde la proliferación de contenidos pornográficos en la televisión hasta la versallesca delicadeza de la Policía en el trato con los alborotadores callejeros, no es más que un síntoma de esa profunda anomia, de esa patología moral heredada del paso por la dictadura.

En el fondo, ese desorden manifiesto en los valores cívicos es fruto de un movimiento pendular que intuye ilegítima toda restricción a la conducta individual o gregaria, sea la que sea. No otra explicación cabría, por ejemplo, a la reacción pavloviana que ha desatado entre políticos y periodistas la muy sensata decisión del jefe de Deportes de Televisión Española, negándose a ser usado como cómplice y caja de resonancia de una ofensa perfectamente orquestada contra los símbolos de la Nación española. Así, en lugar de felicitarlo por tal lección de profesionalidad, todas esas inmaculadas vírgenes, escandalizadas, han dado en gritar a coro: "¡Censura! ¡Censura!".  

Por lo visto, la primera y principal obligación de la televisión estatal consiste en servir de cauce propagandístico a las algaradas contra la dignidad colectiva de los contribuyentes que la sostienen con sus impuestos. Ya se sabe: si un invitado adjetiva a "la puta España" en TV3 procede acudir raudo a los Tribunales. Sin embargo, el derecho a la notoriedad mediática que asiste a una grey borreguil estabulada en un campo de fútbol es sagrado. De ahí que, una vez defenestrado el responsable de tan gravísimo atentado contra la libertad de expresión, Maria Teresa Fernández Etcétera a punto estuviese de pedir perdón a los separatistas por haber interferido en las injurias al Rey de España contra su voluntad.

En fin, la Plataforma Pro Selecciones Deportivas Catalanas ha tenido que invertir parte del millón doscientos mil euros con que la premia cada año el tripartito en pagar los cinco mil silbatos que aturdieron Mestalla mientras sonaba el himno nacional. Sería de justicia que el Gobierno de España compensara tan gravoso quebranto en la nueva financiación de la Generalidad. Qué menos.

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