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¿Qué fue de la defensa europea?

Tendremos que vivir con la alarmante falta de una visión estratégica europea, con las consecuencias de su inacción, con la puesta en marcha de misiones propagandísticas como la concluida operación de la Unión Europea en Chad y República Centroafricana.

En estos días de campaña electoral para las elecciones europeas quizá haya alguien que se pregunte qué ha sido de la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD): una década después de que el Consejo Europeo de Colonia lanzara la PESD, sigue sin los elementos propios de seguridad y defensa que le permita respaldar su acción en el mundo, diez años de barreras que han puesto freno a un verdadero avance, creando un desfase entre lo que se esperaba que fuera y lo que realmente es.

Diez años en los que la UE ha ampliado su experiencia en misiones internacionales pero generalmente involucrándose en misiones de bajo perfil militar, es decir, sólo ha asumido las misiones a la altura de sus posibilidades. Las limitaciones de la PESD han obedecido sobre todo a distintas concepciones de la misma por los países: unos quieren avanzar rápido con objetivos ambiciosos mientras que otros son mucho más restrictivos. Pero también a la limitación crónica de medios y capacidades, siempre inferiores a las necesidades reales; a la dificultad de coordinación entre los varios actores de seguridad y defensa; al largo proceso de toma de decisiones y de planificación de las operaciones; a la dificultad para desplegarse y actuar fuera del territorio nacional; a la insuficiente modernización de los ejércitos europeos para hacer frente a las nuevas amenazas y a las nuevas misiones.

Ni siquiera la intensa presidencia francesa durante el segundo semestre de 2008 fue capaz de dar el impulso definitivo a la seguridad y defensa europea. Sarkozy no sólo no pudo descifrar la clase de actor político que puede ser o quiere ser la UE en este nuevo mundo sino que salió más bien mal parado del conflicto de la guerra en Georgia. Al final de su mandato europeo logró que los líderes de los países miembros se comprometieran a desplegar 60.000 hombres en 60 días –un objetivo que se acordó por primera vez en 1999– pero sin fechas ni obligaciones presupuestarias. Además se reclamó una reestructuración de la base industrial y tecnológica de defensa europea.

La futura entrara en vigor del nuevo Tratado de Lisboa presumiblemente deberá ser decisiva para la UE en los términos de disponer de elementos propios de seguridad y defensa que le permita respaldar su acción en el mundo, además de que la actual PESD pasaría a denominarse Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD). Pero el retraso de su entrada en vigor mantiene la incógnita de cómo los Estados miembros sacarán el máximo partido de los instrumentos que les brinda el nuevo Tratado.

Mientras, tendremos que vivir con la alarmante falta de una visión estratégica europea, con las consecuencias de su inacción, con la puesta en marcha de misiones propagandísticas como la concluida operación de la Unión Europea en Chad y República Centroafricana (EUFOR), y en general con la limitada capacidad para afrontar las amenazas reales y realizar una contribución significativa al mantenimiento de la paz internacional, como pregonan algunos europeístas. Menos mal que aún nos queda Estados Unidos, aunque sea con demócratas.

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