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Juan Ramón Rallo

Señales para un optimismo matizado

Todavía quedan grandes áreas de la economía por reestructurar (simplemente hay que fijarse en España) y en este contexto las sociedades difícilmente podrán soportar cargas financieras tan gravosas como las que los políticos les están imponiendo.

Falta bastante, de hecho sólo la estamos palpando, pero tras los fuertes ajustes que se han producido en el mercado financiero e inmobiliario, parece que ya hay algunos atisbos de reactivación en la economía internacional.

Desde luego, durante los últimos meses se han producido ciertas señales esperanzadoras. Primero, la bolsa estadounidense ha subido más de un 25% desde su mínimo anual; los tipos de interés en los mercados interbancarios han detenido su caída, lo que parece indicar una cierta recuperación de la demanda de crédito; y, sobre todo, los precios de las materias primas están aumentando con fuerza desde marzo.

Lo cierto es que todos estos indicadores deben ponerse en verde para que podamos hablar de recuperación. Recordemos que la crisis es fruto de la expansión crediticia no respaldada por ahorro que emprendieron los bancos privados de todo el mundo con el auxilio permanente de sus respectivos bancos centrales. Esta expansión crediticia insostenible provocó que la inversión aumentara mucho en determinados sectores (como la vivienda o la automoción) sin que correlativamente se incrementara la inversión en el resto de sectores necesarios para que los primeros siguieran siendo rentables.

Por ejemplo, durante estos años se vendieron muchos coches a crédito y, sin embargo, no se invirtió lo suficiente para lograr un incremento de la oferta de petróleo. ¿Consecuencia? El número de automóviles aumentó de manera significativa y, con él, la demanda de petróleo sin que lo hiciera su oferta. Los precios del crudo se dispararon y la actividad fabril se desmoronó ante los elevados costes. Pues bien, puede trasladar este fenómeno a casi cualquier otra materia prima: cobre, cereales, zinc, aluminio, hierro, carbón...

En otras palabras, tenemos un "cuello de botella" en el sector de materias primas que debemos corregir para seguir creciendo. Los keynesianos, que todavía siguen sin comprender la crisis, han venido afirmando que se han acabado las oportunidades de inversión y que hemos llegado a algo así como el punto máximo de desarrollo con el actual modelo productivo. Por eso Obama y su corte (también Zapatero, claro) llevan meses hablando sobre la necesidad de pasar a una "economía sostenible" que genere otro tipo de riqueza: una riqueza más social, ecológica y cultural que trascienda del bienestar material.

Milongas para no reconocer la realidad: la inversión en materias primas sigue siendo tremendamente rentable. Una rápida ojeada a los datos lo deja claro: en el mercado estadounidense hay más de 120 empresas en el sector de energético y de materias primas con una rentabilidad sobre los activos (ROA) superior al 10%. Unos datos excelentes si tenemos en cuenta que llevamos casi 12 meses con los precios del petróleo y de otros inputs básicos en mínimos de cinco años. No por casualidad ninguna empresa en este sector ha reducido significativamente su inversión (más bien al revés) en 2008 y 2009, al contrario de lo que predicen con absoluto desprecio de la vida empresarial los keynesianos.

El mercado, por fortuna, tiende a corregir los desajustes que en buena medida el Estado le ocasiona. Lo único que los individuos necesitamos para rectificar es tiempo y que los políticos no se metan demasiado en nuestras vidas. Hemos tenido lo primero –de ahí los avances en numerosos frentes– pero ni mucho menos lo segundo. Por eso, tal vez convendría matizar algo las señales de optimismo que antes apuntábamos.

Primero, probablemente el repunte del mercado de valores tenga más que ver con los precios absurdamente deprimidos que se alcanzaron en marzo que con una importante mejora de las expectativas a largo plazo. Y en todo caso no deberíamos olvidar que en 1933 y 1935 el mercado estadounidense aumentó más de un 50% sin que ello señalara, ni mucho menos, la recuperación económica.

Segundo, lo mismo puede decirse con respecto a que el tipo de interés interbancario haya dejado de caer. En efecto, en algún momento debía dejar de hacerlo y, por ahora, los tipos siguen siendo casi la mitad que en marzo, momento en que las expectativas estaban más deprimidas.

Y tercero, aunque la apreciación de las materias primas pueda ser uno de los indicadores más sólidos de mejoría (ya que apunta a una reactivación de la demanda sobre todo de inversión), hay un dato que no deja de arruinar este cuadro: el precio del oro también ha aumentado con fuerza desde abril. Dicho de otra manera, los inversores siguen desconfiando seriamente de la calidad de la deuda que se está creando (especialmente pública) y siguen refugiándose en el oro frente a un futuro que siguen sin ver libre de peligros.

En definitiva, es cierto que durante los últimos meses muchos agentes económicos han saneado su condición financiera y ello les ha permitido demandar más crédito para invertir en los sectores más rentables de la economía; pero al mismo tiempo el Estado se ha dedicado a crear más deuda basura que no ha dejado de incrementar el riesgo de impago del conjunto de las economías. Todavía quedan grandes áreas de la estructura productiva por reestructurar (simplemente hay que fijarse en España) y en este contexto de debilidad las sociedades difícilmente podrán soportar cargas financieras tan gravosas como las que los políticos les están imponiendo. Precisamente ése es hoy el riesgo más grande a día de hoy, que la burbuja de la deuda pública estalle y que se lleve por delante los ahorros de todos los individuos.

En Libre Mercado

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