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Warren Graham

Equilibristas de la bolsa

No debemos preocuparnos de aquellos aspectos que no podemos controlar y debemos dejar los vaivenes del mercado en el corto plazo para los equilibristas sin red, amantes del riesgo y sin rumbo.

El índice de una bolsa de valores es el reflejo de la valoración de las empresas que lo componen. Normalmente, el índice se encuentra ponderado por algún criterio predeterminado, en el caso del IBEX es por capitalización bursátil, y en el caso del Dow Jones por el precio de las acciones.

El precio de una compañía en bolsa debe de ser igual al valor presente de sus beneficios futuros. Al decir que es el "valor presente", queremos decir que los flujos futuros los traemos a dinero de hoy según una tasa de descuento que refleje el riesgo de la coyuntura del mercado y de las condiciones particulares de la compañía en cada momento.

En relación con los flujos futuros, podríamos divagar largo y tendido sobre qué criterios tener en cuenta: beneficios, dividendos, flujos de caja, etc. Adicionalmente, hay que decidir si consideramos los beneficios del año que viene, o los de 5, 10 ó 100 años siguientes. Claramente, cuanto más largo sea el horizonte del análisis, mayor será la subjetividad y posibilidades de error.

Es decir, que si hubiese consenso en la tasa de descuento a aplicar, obtendríamos un rango bastante amplio de valoraciones teóricas de las compañías, puesto que cada participante del mercado tendría unas hipótesis distintas acerca de los beneficios futuros de la empresa en cuestión.

Sin embargo, el problema es mucho mayor si nos centramos en la tasa de descuento, pues nos encontramos rápidamente con grandes cuestiones. Por un lado, la sensibilidad de ésta con los tipos de interés de referencia. Cuanto más bajos sean las rentabilidades (tires) de los bonos, más alta será la valoración de las empresas y viceversa.

Sin embargo, las tasas de descuento a aplicar están sujetas a bastantes criterios como por ejemplo los siguientes:

El sector en el que opera; no es lo mismo una compañía regulada que una de biotecnología, donde sólo hay dos escenarios: éxito o fracaso; la competencia de sus negocios; la solidez del equipo directivo; el riesgo regulatorio; las obligaciones laborales; la dependencia de un sector o producto; el riesgo país donde opere; la diversificación de sus ingresos y gastos y las perspectivas de crecimiento de la industria y la compañía. No se paga lo mismo por una compañía que crece al 3% anual que por una que pudiera hacerlo al 15% anual durante los próximos 10 años.

Así pues, nos encontramos con que el valor de una compañía en bolsa debería de ser su precio por el número de las acciones en circulación. El problema, como hemos visto, es que el precio depende de los beneficios futuros, descontando a una tasa de riesgo que es extremadamente sensible a los tipos de interés, coyuntura y perspectivas de crecimiento. A lo anterior, por si fuera poco, habría que añadir otra variable de carácter subjetivo e impredecible: la euforia o el pesimismo de los participantes del mercado.

Este estado de ánimo es similar al de un maníaco depresivo bipolar para el que ni existe medicación ni tratamiento, en el que cualquier factor exógeno, por pequeño que sea, hace que se salga de sus casillas.

Aunque los beneficios tienen importancia en el muy largo plazo, los múltiplos y el sentimiento actúan radicalmente en el corto plazo sin que haya, en muchos casos, coherencia y correlación alguna entre ambos.

La pregunta que nos podemos hacer, llegados a este punto, es: ¿qué es más exacto, un reloj parado que al menos dos veces al día es preciso, o un reloj ligeramente desajustado que en ningún momento es preciso? Pues como todo en la vida, depende de para qué lo queramos.

Día tras día, la industria se vuelve loca por estar encima de unos datos que no son más que palos de ciego, porque siempre son inexactos o aproximaciones a una realidad cambiante, tan preocupados en el futuro y en variables sumamente complejas que no son capaces de entender, y descuidan otros factores mucho más relevantes pero difíciles de valorar.

La conclusión es: no perdamos tiempo estrujándonos la cabeza sobre variables de las que no podemos estimar y que, en el supuesto que supiésemos, no sirven de nada, pues la otra parte de la ecuación –la valoración y el efecto emocional del mercado– tiene mucho más peso y no es prácticamente estimable ni perdurable en el tiempo.

Centrémonos más en pensar para qué queremos nuestro dinero, establezcamos coherencia entre nuestros objetivos vitales, de inversión, las expectativas de rentabilidad/riesgo a largo plazo de las distintas clases de activo en las que vayamos a invertir. No debemos preocuparnos de aquellos aspectos que no podemos controlar y debemos dejar los vaivenes del mercado en el corto plazo para los equilibristas sin red, amantes del riesgo y sin rumbo.

En Libre Mercado

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