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Cristina Losada

Repulsa de la abstención

La abstención puede interpretarla cada uno como quiera y cualquiera tiene derecho a apropiársela. De los abstencionistas no se sabrá si les disgustan unos, otros o todos, o si lo que les fastidia es perder unos minutos de ocio.

Nos hizo aquí José García Domínguez un encendido elogio de la abstención en las europeas del 7-J y casi sería descortés no corresponder con una tesis contraria, toda vez que inhibirse será también, según parece, la carta que jugará buena parte del electorado. Huelga decir que tan legítimo es acudir a las urnas como quedarse en casa. La polémica sólo ha lugar cuando se pretende que no votar constituya una protesta contra los políticos de todo pelaje. Pues la única punición que un político entiende es perder el poder o verle las orejas a la derrota. Y, en su defecto, alejarse más de ese horizonte al que ambiciona llegar más pronto que tarde.

Las grandes abstenciones, como los muchos votos en blanco, son flor de un día. Merecen si acaso una línea en los periódicos, amén de los comentarios sobre la creciente desconfianza hacia los políticos y su distancia sideral respecto del común de los mortales. Pero ahí queda la cosa. La abstención puede interpretarla cada uno como quiera y cualquiera tiene derecho a apropiársela. De los abstencionistas no se sabrá si les disgustan unos, otros o todos, o si lo que les fastidia es perder unos minutos de ocio. Aunque, al final, tanto da. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Como penalización no sirve.

En estas elecciones que se supone que no interesaban a nadie, la campaña ha concitado atención suficiente como para que se la criticara y bastante. Unos se quejan de que resultara aburrida, otros de que no fuera soporífera del todo y muchos lamentan una suciedad de la que culpan por igual, desde perfecta posición equidistante, a los hunos y a los otros. Todo ello ha sucedido en otras ocasiones y no es novedad. El factor diferencial de estos comicios viene de que una porción de votantes se ha planteado si debe de aprovechar la oportunidad para castigar al partido del gobierno o al que está en la oposición.

Por descontado que muy escasas veces se vota a favor. Es el voto en contra el que prima en las elecciones, aunque ello no complazca a los políticos, que desean ser queridos. Pero es así, les guste o no. La abstención castiga a todos y, por tanto, no castiga a nadie, así que poco vale como escarmiento. Lo que sí permite es escaquearse de un dilema tan difícil como el referido. Difícil, pero interesante. Por mi parte, todavía no he resuelto. Aún quedan unos días para decidir a quien hay que aplicar el correctivo.

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