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Emilio J. González

La economía cuenta, y mucho

El resultado deparado por las urnas es una llamada clara a Zapatero para que cambie muchas cosas en su política económica y en su Gobierno. La política de brazos cruzados o de medidas populistas ya no sirve.

Las recientes elecciones europeas han deparado a los dos principales partidos políticos lecciones en materia económica que no deben pasar por alto. La primera de ellas es que, por primera vez en unos comicios, los españoles han votado, o han dejado de acudir a las urnas, influidos por la situación económica. Hasta ahora, la economía había contado muy poco a la hora de que los ciudadanos decidieran su voto. Lo que importaba eran otras cosas. De hecho, Felipe González ganó en 1986 pese al incremento galopante del paro como consecuencia tanto de la segunda crisis del petróleo como de los inicios de la reconversión industrial, y volvió a obtener el triunfo en 1993, a pesar de que España vivía entonces la que, hasta ese momento, era la peor situación económica desde la primera crisis del petróleo de 1973. De estos hechos, los asesores de Zapatero coligieron que la economía importaba poco, para añadir que si había problemas, ya se resolverían ellos solos y, si no, daba lo mismo porque lo importante, a su entender, era la política. Pues bien, después de desatender la economía durante cinco años, de negar por activa y por pasiva la realidad de la misma y, después, de falsear la verdad sobre ella, ahora los electores acaban de mandarle un mensaje muy claro al presidente del Gobierno: la economía cuenta, y mucho.

Cuando Zapatero empezó a darse cuenta de esta realidad ya era demasiado tarde para cambiar el rumbo que estaban tomando los acontecimientos y trató, al menos, de minimizar su impacto con medidas de claro corte populista pero, en el mejor de los casos, inútiles para frenar la caída de la economía y la destrucción de empleo y, en el peor, que están poniendo las cosas todavía peor si cabe. Los conejos que se ha venido sacando de la chistera, en última instancia, sólo le han servido para entretener al público, pero no para engañarle. El domingo, los ciudadanos castigaron esta política en las urnas, unos votando a otros partidos distintos del socialista; otros, muchos de ellos partidarios del PSOE, simplemente engrosando las ya de por sí numerosas filas de la abstención. Y es que, por mucho que Zapatero se empeñara, el desencanto de muchos votantes socialistas no se compensó, ni muchísimo menos, con tanto hablar del aborto, la píldora y demás. A estas alturas de la película, son cada vez menos los que se dejan engañar por lo que no importa y miran hacia lo que cuenta de verdad. De hecho, el Gobierno de Zapatero es de los pocos Ejecutivos europeos a los que la crisis económica le ha pasado factura en estos comicios en forma de derrota. Claro que otros mandatarios europeos admitieron la realidad desde el primer momento y empezaron a tomar medidas, acertadas o no, con el fin de superarla, no como parte de un programa de marketing como se viene haciendo aquí desde hace dos años.

Como consecuencia de lo anterior, el resultado deparado por las urnas es una llamada clara a Zapatero para que cambie muchas cosas en su política económica y en su Gobierno. La política de brazos cruzados o de medidas populistas ya no sirve. Los ciudadanos demandan soluciones, que pasan necesariamente por las reformas que Zapatero no quiere emprender, y así se lo dijeron el domingo a la hora de votar. En este sentido, no deja de resultar llamativo que el PP ganara con un candidato, Jaime Mayor Oreja, que no sólo encarnaba lo mejor de los gobiernos de Aznar, fundamentalmente su gestión económica, sino que, además, Mayor Oreja ganó con el apoyo de Aznar y Rato, apoyo que agradeció en la noche electoral desde el balcón de la calle Génova. Algo de lo que deben tomar buena nota tanto Zapatero como Rajoy.

El Partido Popular también debe entender otra cosa. Su victoria se cimentó, en buena medida, en los excelentes resultados cosechados en Madrid, gracias a la labor de la presidenta autonómica, Esperanza Aguirre. De hecho, la mitad de los 600.000 votos de ventaja que los populares obtuvieron sobre los socialistas proceden de Madrid, y no por casualidad. En Madrid, Esperanza Aguirre está dotando de contenido a las propuestas genéricas del PP en el terreno económico, dentro de su ámbito de competencias y sus capacidades. Que Rajoy y los suyos hablan de bajar impuestos, Aguirre pasa del dicho al hecho y los baja. Que dicen que hay que recortar el gasto público, Esperanza suprime una consejería. Que piden liberalizaciones, la presidenta de Madrid pisa el acelerador en la liberalización del comercio. Cosas todas ellas que, por cierto, es la única comunidad autónoma gobernada por el PP que las hace. Es lógico, por tanto, a la luz de estas políticas, y del acoso al que la ha venido sometiendo la UGT, que el votante madrileño se expresara como lo hizo el domingo. Rajoy no debe pasar por alto este hecho porque en la política económica madrileña, en definitiva, se ha cimentado la casi totalidad de la victoria del PP en las europeas. Lo cual le debe servir de lección porque lo que se demostró el domingo en Madrid es que para llevarse el gato al agua en unas elecciones no basta con criticar al Gobierno de Zapatero y esperar que el propio deterioro de la realidad provoque un vuelco político. Por el contrario, hay que proponer medidas reales y concretas para salir de la crisis, ponerlas en práctica allí donde se gobierne y hacerlo, además, con valor y decisión, algo que hasta ahora le viene faltando a muchos líderes del PP.

Visto lo visto el pasado domingo, la economía empieza a contar en unas elecciones, algo por otra parte normal en países avanzados con larga tradición democrática. Pero cuenta para todos, para el Gobierno y la oposición, para el PSOE y el PP.

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