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Cristina Losada

La resistible ascensión parda

El ascenso de la violencia nacionalista en Galicia es un hecho desde hace cuatro años. Justo desde la llegada al poder del PSdG y el BNG. Justo desde que unas cuantas asociaciones se rebelaron contra la redoblada imposición lingüística.

Hace un año, el vicepresidente de Galicia Bilingüe comprobaba en el garaje de su casa que su automóvil había sido dañado por los alevines de nazi que se crían en las aguas del nacionalismo galaico. Dijo entonces aquí que los instigadores eran "personas que me conocen hace tiempo". Este lunes los ultras fueron al edificio donde reside la presidenta de esa asociación y a su centro de trabajo e hicieron pintadas y destrozos. "Sabemos donde vives", le habían advertido. En la manifestación convocada por el BNG y sus satélites el 17 de mayo se coreó: "Gloria Lago, pim pam pum". Han ido a ratificar la fatwa a su domicilio.

La tropelía llevaba la firma de un grupúsculo que ha puesto bombas en diversos lugares de Galicia. El terrorismo de esa banda fue siempre minimizado por el bipartito y la delegación del Gobierno. Ninguna de las agresiones contra los que reclaman libertad lingüistica merecieron la condena del Partido Socialista de Galicia y del Bloque Nacionalista Gallego. ¿Cómo no iban a crecerse los alevines? El monstruo ha engordado con la tácita aquiescencia de dos partidos parlamentarios. Llegan ahora las condenas. Tarde y mal. Hasta el PP ha incurrido en la vergüenza del sí, pero al añadir su portavoz la coletilla de que "no coincidimos" con Galicia Bilingüe.

Socialistas y nacionalistas se negaron a condenar el intento de agresión a María San Gil en la Universidad compostelana en febrero de 2008 para no incluir una mención a la violencia sufrida por dos asociaciones. Un año después, cuando más de un centenar de fanáticos atacaron una manifestación por el derecho a elegir la lengua en la enseñanza, el BNG culpó a las víctimas. El señor Beiras, su antiguo líder, fue raudo a interesarse por el estado de los extremistas detenidos, no por el del manifestante al que le habían partido la cara.

El ascenso de la violencia nacionalista en Galicia es un hecho desde hace cuatro años. Justo desde la llegada al poder del PSdG y el BNG. Justo desde que unas cuantas asociaciones se rebelaron contra la redoblada imposición lingüística. Las urnas han castigado a esos partidos, pero los intentos de amedrentar no cesan. Hay un largo historial de amenazas y agresiones y una lista en blanco. Nadie, por lo visto, conoce a los autores. Nadie salvo quienes los han padecido desde que comenzaron a reventar concentraciones y actos, y en no pocos casos hubieron de soportar la afrenta añadida de la pasividad de los responsables de protegerlos. Se ha mirado para otro lado con deliberación y alevosía. ¿Hasta cuándo?

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