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EDITORIAL

Honduras: ni Zelaya ni el Ejército

La reforma constitucional ni era legal, ni popular, ni era necesaria. En este aspecto Zelaya se ha comportado como el primer enemigo del sistema que dice ahora defender desde su exilio nicaragüense.

Los acontecimientos recientes en Honduras pueden llevar fácilmente a equívocos si se trata de saldar la cuestión de un modo simplista dando por hecho que el golpe militar de este fin de semana responde al patrón clásico de los cuartelazos hispanoamericanos. Las circunstancias son otras y ponen de manifiesto dos asuntos esenciales que no deben pasarse por alto. El primero, que ni Honduras ni gran parte de la comunidad de naciones hispanas han aprendido todavía a vivir en democracia. Y por democracia no ha de entenderse el modelo demagógico-plebiscitario del chavismo, sino el respeto a la minoría y, sobre todo, a las instituciones. El segundo, que en Hispanoamérica se está librando una feroz batalla contra un nuevo totalitarismo de corte muy distinto al que asoló la región entre los años 60 y 80.

Manuel Zelaya, hoy ya ex presidente de Honduras, no ha jugado limpio: ni con la Constitución ni con la democracia hondureña. Convocó una consulta popular para reformar a fondo la Constitución. La reforma incluía, entre otros puntos, ampliar el mandato presidencial. Esta consulta era ilegal a todas luces; a las de la Corte Suprema de Justicia, a la del Órgano Superior Electoral y a la de todo el arco parlamentario, incluyendo el partido al que pertenece Zelaya, que ha mostrado su oposición al plebiscito en repetidas ocasiones. No es casualidad que el sucesor de Zelaya, Roberto Micheletti, sea de su mismo partido y era hasta este lunes presidente del Congreso Nacional de Honduras. La reforma constitucional ni era legal, ni popular, ni era necesaria. En este aspecto Zelaya se ha comportado como el primer enemigo del sistema que dice ahora defender desde su exilio nicaragüense.

La democracia en Honduras es joven. La Constitución que Zelaya pretendía reformar a través de una consulta data de 1982 y durante estos 27 años ha permitido el turno pacífico en el poder entre los dos partidos mayoritarios, el Partido Nacional y el Partido Liberal. El fantasma de la intervención militar y de la dictadura queda lejos y Honduras, a pesar de sus dificultades económicas, ha conseguido cierta estabilidad política de la que careció durante buena parte del siglo XX. Es por ello que, a estas alturas, un golpe militar carece por completo de sentido y más cuando el rechazo a la reforma de Zelaya es muy amplio. Es una vía desestabilizadora con un incierto destino y de la que incluso podrían beneficiarse quienes a uno y otro lado pretenden acabar con la democracia.

Con todo, y sobrevolando los detalles de la política interior hondureña, el panorama en Hispanoamérica es desolador. Chávez y sus repúblicas satélites de Bolivia, Ecuador y Nicaragua –Cuba no orbita en torno a Venezuela sino al contrario– están desestabilizando todo el área mediante una táctica sencilla pero altamente efectiva. Utilizan los recursos propios de las democracias liberales para desnaturalizarlas primero y subvertirlas después. Es el mismo modelo que funciona a toda marcha en Venezuela o en Bolivia. Aunque muchos no quieran verlo y se apliquen a Chávez toda suerte de paños calientes, supone el renacimiento de facto de las de las denostadas dictaduras latinoamericanas disfrazadas ahora de revoluciones bolivarianas.

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