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Cristina Losada

¡Todos funcionarios!

Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que se reconozca que el empresario contratará más cuanto menos le cueste prescindir de un empleado.

Bajo el epígrafe "diálogo social" vienen apareciendo extrañas noticias. Ya es chocante el concepto cuando se aplica a una negociación entre el Gobierno, una organización empresarial y dos centrales sindicales cuya representatividad "social" se establece al margen de cuál sea su número de afiliados. Pero la extrañeza a la que aludía se relaciona con aquello que acaba de anunciarse: el socialismo gobernante se ha comprometido a no aceptar ninguna de las propuestas del empresariado. ¿Qué negociación puede haber cuando a una de las partes se le asigna el papel de convidado de piedra? Que dialoguen, pues, Gobierno y sindicatos. Aunque tal cosa más que un diálogo será un monólogo.

El gran tabú de la economía española se expresa en las fórmulas que los de Zapatero, los de Toxo y los de Méndez llaman "despido libre" y "abaratar el despido". Sólo mentarlas asusta. Pues hay aquí una resistencia secular a la modernización, a la economía de mercado, que genera auténticos despropósitos. Así, se piensa que si el empresario tiene que pagar menos indemnización por despedir, lo primero que hará será poner al trabajador en la calle. En ese imaginario, el "capitalista" es un señor cuyo propósito en la vida es echar al obrero, le haga o no le haga falta. De dejar el asunto en sus manos, no quedaría ni uno. Y cerraría el negocio. Tanta es la maldad congénita del empresario que se perjudicaría a sí mismo antes que dar trabajo a los asalariados.

Con esos mimbres precapitalistas se hace el cesto del paro endémico. La mentalidad dominante abriga la creencia de que uno sólo se salva de quedarse en paro por la existencia de leyes que encarecen el despido. O sea, por la salvífica intervención del poder político. La realidad es justo la contraria y una prueba fehaciente son los cuatro y pico millones de parados que tenemos con un despido caro. Pero es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que se reconozca que el empresario contratará más cuanto menos le cueste prescindir de un empleado. Claro que esa situación conduce a la movilidad laboral, y ahí topamos con otro de los tabúes reinantes.

En punto a trabajo, la española es una sociedad conservadora y premoderna. Lo era bajo el franquismo, lo era antes y lo es ahora. Por conservar el empleo se entiende nacer, vivir y morir en la misma empresa. De preferencia, bajo el manto protector del Estado. Luego vienen las frustraciones, pero no se puede tener todo. Dado que el Gobierno y los sindicatos oficiales desean el poder que les confieren tales supersticiones, lo suyo es que se dejen de medias tintas y nos hagan funcionarios a todos. Funcionarios y pobres.

En Libre Mercado

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