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Apocalipsis, ¿cuándo?

Obama recuerda a esos pusilánimes que siempre están justificando sus continuas concesiones como una manera de cargarse de razón para la siguiente ronda... en la que volverán a reiterar la maniobra de fuga preventiva.

Moscú para "resetear" las renqueantes relaciones con Rusia. Volvió a lanzar otra de sus estelares prédicas con la ya conocida fórmula de grandes halagos para los huéspedes y humildicas, casi humillantes y exculpatorias referencias a su propio país. Pero Putin no estaba por la labor y no hubo nada remotamente parecido a las grandes audiencias del discurso de El Cairo. El directo en las televisiones rusas brilló por su ausencia. Lo mismo puede decirse de la información sobre los intentos del presidente americano de puentear a los líderes rusos tratando de llegar de forma directa a la sociedad. A Moscú no le gusta la política a lo Michael Jackson, ni vivo ni muerto.

Una cosa es predicar y otra dar trigo, y el único trigo que se va desprendiendo de las prédicas de Obama es el cultivo de su propia imagen de famoso, celebrity, que dicen los americanos. Pero en Rusia ni eso le han dejado. En resultados prácticos, la parquedad ha sido del mismo calibre que en los propagandísticos. Y no es que el Kremlin no hubiera puesto grandes expectativas en el evento, pero la emponzoñada laguna que separa los dos países, o a Rusia de Occidente, no se colma sólo con palabras. El choque civilizacional no es ningún invento y los prejuicios nacionales menos. La Rusia de Putin vive cociéndose en resentimientos por la grandeza que los demás le hemos arrebatado y ofensivamente nos negamos a reconocer. El gran éxito de Putin es haber sabido fomentar y explotar estos sentimientos para medrar sobre ellos. El alto precio del petróleo, a pesar de la mala distribución de sus beneficios, le ha allanado el camino.

La escasa productividad de los esfuerzos de Obama no es un fallo puntual, es un fracaso de sus más amplios planteamientos. Su retórica no sólo no vence todos los obstáculos sino que más bien no vence ninguno. Le sobran avezados rusólogos entre sus asesores, pero con esos enfoques no se va a ninguna parte. Puede que un mundo sin armas nucleares, como el que propugnó en Praga en su anterior viaje a Europa, fuera mejor que el que vivimos, pero su consecución no es igual a su deseo. Mientras crea en la atroz ingenuidad de que "es ingénuo que pensemos que podemos incrementar nuestros arsenales nucleares... y que vamos a poder presionar a países como Irán o Corea para que no adquieran los suyos propios", no hay nada que hacer, al menos nada bueno. La experiencia y la lógica demuestran exactamente lo contrario. Cuanto más pequeño sea el arsenal americano, más valor cobra el de los otros y con más ahínco se aferrarán a él. Eso ha valido hasta para Francia, no digamos China, cuanto más para los Estados "granujas" con anhelos nucleares. Y cuanto más creíble sea el protector paraguas nuclear americano, menos tentados se sentirán sus amigos de lanzarse a una carrera de armamentos para competir con los "granujas" de su vecindario. No habría argumento más convincente para que los infractores abandonaran sus pretensiones que un sistema antimisiles que neutralizara por completo su costosos esfuerzos nucleares.

Sin embargo Obama no sólo no ha mostrado firmeza frente sus interlocutores moscovitas en defensa del proyecto de un pequeño escudo antimisiles con sus rádares en Chequia y diez lanzadores en Polonia, sino que para minar su posición negociadora recortó de antemano el presupuesto de dicha iniciativa en un 80%. Recuerda a esos pusilánimes que siempre están justificando sus continuas concesiones como una manera de cargarse de razón para la siguiente ronda... en la que volverán a reiterar la maniobra de fuga preventiva. Pero Obama no es ningún tierno corazoncito. El problema está en la cabeza. Sigue pensando lo mismo que cuando a los veinte años publicó un muy antiamericano ensayo sobre la amenaza nuclear en una revista estudiantil de la universidad de Columbia en Nueva York. Una fidelidad ideológica estremecedora.

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