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Emilio J. González

Huérfanos de liderazgo

Sin liderazgo y sin la política económica que hay que seguir, ni volverá la confianza en la economía española y sus dirigentes, ni los ciudadanos se animarán a consumir más porque siguen percibiendo el futuro, su futuro, cada vez más incierto.

Cada día que pasa, Elena Salgado da una nueva prueba de por qué José Luis Rodríguez Zapatero la eligió para sustituir a Pedro Solbes en la vicepresidencia económica del Gobierno. La última es sumarse al discurso presidencial de que hay que consumir más para salir de la crisis, con lo que demuestra que o bien no tiene ni la menor idea de economía –cosa en cierto modo lógica teniendo en cuenta su trayectoria política y profesional– o bien que está dispuesta a dejar de lado cualquier cosa, a renunciar al verdadero ejercicio de su cargo con tal de agradar a quien la eligió para el mismo, como acaba de hacer al respaldar el injusto, insolidario y difícil de financiar nuevo modelo de financiación autonómica.

Salgado pide a los españoles que confíen en el futuro de la economía y consuman, pensando que, de esta forma, saldremos de la crisis. Nada más lejos de la realidad. La vicepresidenta económica debería tener en cuenta que la confianza no es cuestión de que el Gobierno diga que las cosas van bien, o van a mejorar, sino de que los ciudadanos, efectivamente, piensen que es así. Pero, hoy por hoy, cuando cada vez son más los españoles que temen perder su empleo en los próximos meses, cuando ven como sus familiares, vecinos, amigos y conocidos se quedan sin trabajo, cuando contemplan como las empresas tienen que cerrar mientras el Gobierno sigue de brazos cruzados, negándose a tomar las medidas que hay que tomar, lo lógico es que aumenten su ahorro por lo que pueda suceder en el futuro. La precaución ante un panorama laboral tremendamente incierto, ante una crisis a la que no se le ve la salida por ningún sitio, invita a la prudencia y los españoles actúan en consecuencia absteniéndose de gastar hoy lo que piensan que podrían necesitar para mañana.

Nadie puede culpar a los ciudadanos por actuar de esta forma, teniendo en cuenta que el Gobierno de Zapatero, desde que llegó al poder en 2004 ha renunciado a hacer política económica y sigue sin tomar las medidas necesarias para crear empleo o ayudar a las empresas a sobrevivir y mantener los puestos de trabajo. Entregado como está a los sindicatos para que no le hagan una huelga general, y eso los españoles lo saben, el Ejecutivo renuncia a llevar a cabo la reforma laboral que tanto necesita este país y que hasta la Organización Internacional del Trabajo, poco sospechosa de connivencia con las ideas liberales, acaba de reclamarle. En lugar de apretarse el cinturón para poder bajar los impuestos y, de esta forma, ayudar a las empresas y familias a capear el temporal y permitir la llegada de la recuperación, Zapatero se dedica a tirar el dinero a manos llenas, en forma de cheque ‘baby’, Plan E o lo primero que se le pase por la cabeza. Encima, y para más inri, se empeña en dar decenas de miles de millones de euros a aquellos gestores que han llevado a las cajas de ahorros a una situación de quiebra para que ésta no se produzca y no se deteriore la imagen de Zapatero en Europa de cara a la próxima presidencia de turno de la Unión Europea. Y, además, con el nuevo modelo de financiación autonómica pone la guinda regalando a Cataluña y Andalucía, los dos principales graneros de votos de los socialistas, miles de millones de euros de los que carece el Estado y que terminarán pagando, de una forma u otra, los contribuyentes del resto del país, quienes tendrán que asumir también todas las facturas de la política populista y a golpe de ocurrencia de Zapatero. Todo esto los españoles lo saben muy bien. Por tanto, nadie puede culparles de desconfianza respecto de la situación económica y de dedicarse a ahorrar lo que buenamente puedan por lo que pueda pasar.

Además, para que en una situación como la actual se recupere la confianza, se necesita un verdadero liderazgo político capaz de ponerse al frente de la sociedad y tirar de ella. Zapatero, sin embargo, ha quemado todas sus opciones en este sentido, primero negando la crisis en sí misma y luego ocultando los datos que hablan de su verdadera magnitud mientras pedía a los españoles confianza y más consumo, cuando los ciudadanos percibían claramente que no se les estaba diciendo la verdad. Zapatero tendría que haber empezado por aceptar las cosas como son, por explicar a todo el mundo que los tiempos que vivimos son duros y los que se avecinan pueden serlo aún más; que España sí está en crisis, y muy profunda, y que nos va a costar salir de ella. A partir de ahí, podría haber ejercido el tan necesario liderazgo que le hubiera permitido tomar las medidas necesarias, por dolorosas que fueran, para superar cuanto antes esta situación. Pero Zapatero quiso aprovechar la ocasión para demostrar cuán socialistas es, para jugar a creerse el Roosevelt europeo del siglo XXI, y dejó a la sociedad huérfana de liderazgo.

Sin liderazgo y sin la política económica que hay que seguir, ni volverá la confianza en la economía española y sus dirigentes, ni los ciudadanos se animarán a consumir más porque siguen percibiendo el futuro, su futuro, cada vez más incierto. A ver si algún día Salgado se entera de esto y actúa en consecuencia, en lugar de dedicarse a agradar a su jefe.

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