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La insalubre defensa de los derechos humanos

Nunca los gobiernos de cualquier pelaje han sido dados a entrometerse en los asuntos de otros, excepto cuando siguiendo a la letra su Constitución, los pobres hondureños ponen de patitas en la calle a un aspirante a dictador populista.

Antiguamente se hablaba del mal inglés, o vicio, si se prefiere: infligirle castigos corporales a los niños en el proceso educativo. Lo de la letra con sangre entra, vamos, que tampoco nos es ajeno. En inglés se dice: ahórrate la vara y echarás a perder al niño. Cuando se habla del mal ruso se trata de palabras mayores. La ilustre sovietóloga, hoy rusóloga, Hélène Carrère d'Encausse, en la actualidad presidenta de la Academia Francesa, escribió un libro sobre el tema Le Malheur Russe, calificándolo de desgracia, más que de mal, y definiéndolo en el subtítulo: "Ensayo sobre el asesinato político". Para mayor precisión, aclaremos que se trata de asesinatos perpetrados por el poder contra la disidencia u oposición. Desgracia o mal, es algo que la Rusia poscomunista de Putin está muy lejos de haber superado, más bien parece inmersa en ello de hoz y coz, mostrando hasta qué punto son persistentes las continuidades históricas y lo insensato que resulta ignorarlas. En Europa occidental tuvimos la Razón de Estado y nuestro Felipe II no está libre de sospechas en el asesinato de Escobedo, el secretario de D. Juan de Austria, organizado por Antonio Pérez. Pero nada ni remotamente comparable al tan feo como castizo vicio ruso.

La última víctima, por desgracia sólo de momento, ha sido Natalya Estemirova, el pasado miércoles 15, en Grozny, la capital de Chechenia, donde reina sin más límites que una incondicional y mutua lealtad a Moscú, un sátrapa local llamado Kadirov, que viene demostrando fehacientemente el axioma de que el terror para ser eficaz ha de ser total. Sin un hipido de nuestros hipersensibles defensores de los derechos humanos cuando se trata de desacreditar a gobiernos más o menos liberales o conservadores, Kadirov se ha impuesto en la república federada con mano de acero al vanadio-cromo. Y en honor a la verdad hay que decir que el silencio de Occidente es especialmente espeso en los pasillos del poder, que Putin nos tiene cogidos y bien cogidos por nuestros órganos energéticos y, por lo que pudiera suceder, nunca los gobiernos de cualquier pelaje han sido dados a entrometerse en los asuntos de otros, excepto cuando siguiendo a la letra su Constitución, los pobres hondureños ponen de patitas en la calle a un aspirante a dictador populista.

La valerosa Natacha, como era conocida, se lo había buscado documentando numerosos secuestros, torturas y ejecuciones extrajudiciales. Por similares crímenes, una brava periodista moscovita, Ana Politoskaya, había sufrido el mismo destino hace un par de años. Todos tenemos presentes el caso del disidente del antiguo y transformado en el nombre KGB en Londres, envenenado radiactivamente, pero el número de víctimas empieza a ser incontable. Hay quien no quiere que Rusia cambie.

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