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Javier Moreno

Más, más grandes y más caros

Que un cargo público reciba muchos regalos se debe o bien a que los regalantes tienen puestas muchas expectativas de obtener beneficios a través de su gestión o bien a que ya han recibido alguno.

Rita Barberá, la alcaldesa de Valencia, del PP para más señas, ha admitido que recibe regalos, los ha puesto sobre la mesa y ha sugerido que los ministros y el presidente deben de recibir otros de mayor tamaño y cuantía. Todos los políticos los reciben, ha añadido.

Sería ingenuo creer que damos sin recibir nada a cambio. Ni siquiera la elaborada fórmula del regalo escapa a nuestra naturaleza. Se supone que un regalo es algo que se da sin esperar contraprestación alguna. Nadie paga un regalo en metálico. O bien ha hecho o bien hará algo por quien le regala, que no hace otra cosa que recompensar favores pasados o preparar el terreno para los futuros. Esto es así, especialmente, en los ámbitos de relación sociales más impersonales. Entre empresas e instituciones públicas los regalos no son una señal de afecto que simboliza la fuerza del vínculo y contribuye asimismo a reforzarlo, como en las familias o entre los amigos. Las organizaciones, casi todas ellas con ánimo de lucro, abierto o no, llevan una cuidadosa contabilidad de lo que dan y lo que reciben, de clientes y proveedores, deudores y acreedores, cobros y pagos. Asimismo sus expectativas son racionales. Si una empresa hace un regalo a un político, será porque ha obtenido algo de él, o porque tiene la expectativa de obtenerlo.

Por otro lado tenemos la cuestión del valor del regalo, en sí y en relación a aquello que está recompensando sutilmente. En general regalamos cuando es difícil, si no imposible, cuantificar aquello que queremos premiar. Pero dicha valoración imposible no excluye que cuanto mayor haya sido o vaya a ser el favor recibido tanto más valioso (caro) sea el regalo que hagamos.

El regalo tiene una larga tradición, y está inextricablemente unido a las alianzas y a los intercambios en las sociedades humanas. Desde que el hombre es hombre ha intercambiado favores, y ha llevado una cuenta de la vieja de los mismos. De forma inconsciente, la mayoría de las veces hemos calibrado lo que obtenemos de los otros miembros del grupo del que formamos parte en relación con lo que aportamos a todos y cada uno de ellos con nuestra acción. Hemos detectado a los tramposos y les hemos castigado, así como a los altruistas, para recompensarles y agradecerles su contribución a nuestro bienestar. Conforme ha aumentado la dimensión de los grupos y de los asuntos asociados a los mismos, los favores, y dentro de ellos los regalos, se han ido haciendo más convencionales y más cuantificables y cuantificados. Nunca se ha perdido su dimensión original porque ni la familia ni los grupos pequeños de amigos, más acordes con nuestra naturaleza, han desaparecido. Pero el regalo ha penetrado un nuevo ámbito de relación y se ha adaptado a él.

Sabiendo lo que significa un regalo a una autoridad pública deberíamos reflexionar sobre ello y hacer una valoración cabal de los regalos a políticos.

Los regalos a personas que tienen una función pública realizados precisamente por la labor pública que desarrollan deberían ser asimismo completamente públicos. La transparencia en este ámbito es imprescindible. Si ya de por sí es difícil cuantificar el valor de lo que se ha recibido o espera recibir por el valor del regalo, salvo estableciendo una correlación, más aún lo es cuantificar los favores que hacen los políticos si no se conocen los regalos que reciben a cambio.

Por otro lado, que un cargo público reciba muchos regalos se debe o bien a que los regalantes tienen puestas muchas expectativas de obtener beneficios a través de su gestión o bien a que ya han recibido alguno. El hecho de que haya muchos regalos y de mucha cuantía debería indicarnos no sólo la dimensión de los negocios, sino que hay demasiadas expectativas, lo que revela que hay ya, de hecho, demasiados favores.

No tengo idea de cuántos regalos ni de qué tipo recibirán ZP y su cohorte de ministros. Pero me inclino a creer que Barberá tiene razón al decir que son más, de mayor tamaño y de mayor cuantía que los suyos. Aunque sólo sea por el mayor número de "favores" que hacen y las mayores expectativas que siembran de ir a hacerlos en un futuro.

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