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Gina Montaner

Prohibido dormir siesta

El concepto de Il dolce far niente es anatema en una sociedad que relaciona la siesta con el desinterés por avanzar y no con la necesidad de cargar las pilas para tener más calidad de vida.

Hace unos días fue revelado el secreto mejor guardado del país: los estadounidenses duermen siesta. Según una encuesta publicada por el Pew Research Center, uno de cada tres adultos reconoce que echa una cabezada diariamente.

Mientras que en muchos países de Europa y Latinoamérica la siesta todavía es una sana costumbre que merece la pena preservar a pesar del ritmo vertiginoso en el que vivimos, en los Estados Unidos dormitar después de la comida es una (in)actividad propia de vagos. Tanto es así que muchos de los encuestados relacionan la siesta con una falta de ambición o con un estado de infelicidad o depresión. De acuerdo a las estadísticas, los hombres mayores de cincuenta años, los más pobres y los desempleados son los más proclives a echar una cabezada cada día.

No resulta extraño que los estadounidenses tiendan a ocultar su debilidad por la siesta. En esta sociedad de valores calvinistas lo que se ha impuesto es una ética laboral que confunde los centros de trabajo con plantaciones de algodón bajo la estricta vigilancia de los capataces. Los escritorios en las oficinas hacen las veces de comedores donde los oficinistas engullen a toda prisa un sándwich que han traído de casa. En muchas empresas pedir dos semanas seguidas de vacaciones es síntoma inequívoco de laxitud moral. Y el trabajador del mes es aquel que está dispuesto a hacer horas extras a cambio de nada para lograr una evaluación con sobresaliente.

Pero lo cierto es que los centros de trabajo están plagados de un ejército de individuos agotados, con sobrepeso, ojerosos y con los nervios de punta que secretamente quisieran saborear la extranjera sensación del veraneo europeo en un pueblo de la costa. Desconectados durante unas semanas y abandonados a largas modorras en la penumbra del dormitorio después de la sobremesa. Algo que, por ahora, no tiene visos de suceder en la América corporativa de los incesantes Blackberry y iPhone. El colectivo está tan fatigado que roba instantes para adormilarse en los coches, en los autobuses o en el metro. Cualquier momento es bueno para cerrar los ojos y abstraerse del movimiento constante de un ejército de hormigas que apenas abandonan el terrario que son sus cubículos.

El concepto de Il dolce far niente es anatema en una sociedad que relaciona la siesta con el desinterés por avanzar y no con la necesidad de cargar las pilas para tener más calidad de vida. A pesar de que cada vez hay más médicos que recomiendan este tipo de descanso, e incluso hay quienes consideran que es tan benéfico como hacer ejercicio, los americanos lo identifican como un rasgo sospechoso que no dice nada bueno de las personas que lo practican. Entretanto, los que se atreven a dormir la siesta aprovechan el menor descuido de los otros para cerrar los ojos y soñar con unas largas y merecidas vacaciones.

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