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Alberto Acereda

¿Una nueva revolución americana?

Después de tanto gasto, nacionalizaciones y rescates financieros, Obama y los suyos han logrado ya despertar al gigante callado que es el pueblo norteamericano, hasta ahora demasiado paciente y bondadoso con esta administración.

A través de la historia, cada generación de norteamericanos ha ido encontrando nuevas amenazas a su libertad. Una y otra vez en poco más de doscientos años como nación, la tiranía ha amenazado los principios de la libertad individual, el gobierno limitado y el libre mercado. Y, sin embargo, una y otra vez también el pueblo estadounidense se ha levantado en defensa de esa libertad. Lo que venimos viviendo en los últimos meses y la respuesta que uno observa aquí entre las gentes apunta a que quizá estemos asistiendo a una nueva revolución americana.

Escribíamos la semana pasada sobre el verdadero "cambio", para mal, que está suponiendo la gestión de Obama. En estos últimos siete días se ha elevado todavía más la tensión en la sociedad por el empeño de Obama y los líderes demócratas de aprobar una nueva ley sobre la salud. No vamos a reproducir aquí los enlaces de vídeo sobre las varias protestas ciudadanas contra los congresistas demócratas –y contra el mismo Obama– que han recorrido las páginas de YouTube y de varias cadenas de televisión.

Esta misma semana, en una reunión con el congresista demócrata Russ Carnahan, un hombre negro llamado Kenneth Gladney fue apaleado y llevado a urgencias en San Luis por oponerse al plan sanitario de Obama. Los agresores, algunos de ellos también negros, pertenecían al sindicato SEUI, cercano a los grupos activistas a favor de Obama y apoyados directamente desde la Casa Blanca como ACORN y "Organizing for America". También estos días los dos líderes del Congreso -ambos del Partido Demócrata y ambos con índices de popularidad por el suelo– atacaron a los ciudadanos de a pie que no aceptaban el plan de reforma sanitaria. Así, el presidente del Senado, Harry Reid, acusó de incitadores al terror a esos conservadores que se oponen a la "reforma" de la salud; la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, los calificó de alborotadores que portaban esvásticas nazis en las reuniones de sus distritos.

Afortunadamente, está ya documentado que ambas alegaciones resultan falsas y que, en el caso de las esvásticas nazis (o sea nacional socialistas), fueron los sindicatos y grupos cercanos a la Casa Blanca los que plantaron figuras presentando a Obama como Hitler en una de las reuniones del congresista demócrata John Dingell. El objetivo, claro está, era presentar a los ciudadanos opuestos al presidente como mafiosos conservadores (tal es el vídeo del Comité Nacional Demócrata) o bien, como el propio Dingell afirmó, racistas al estilo de los del Ku Klux Klan. (Dingell debería mirar en los escaños del Senado de su propio partido para darse cuenta de que si hay alguien ahora mismo que perteneció al KKK es un senador demócrata, colega suyo, llamado Robert Byrd..., por no citar la larga tradición de demócratas en el KKK).

Todo este ambiente cada vez más dividido en la vida política norteamericana prueba que a la Casa Blanca y al Partido Demócrata se les está yendo de las manos el apoyo popular y que después de tanto gasto, nacionalizaciones y rescates financieros, Obama y los suyos han logrado ya despertar al gigante callado que es el pueblo norteamericano, hasta ahora demasiado paciente y bondadoso con esta administración. Los llamados motines del té del pasado abril fueron un aviso pero estas movilizaciones ciudadanas en estos días al hilo de la salud apuntan a que quizá estemos ante una nueva revolución americana, al menos en el sentir popular. Las elecciones intermedias de 2010 dirán si estamos equivocados.

Más allá de partidos, la realidad es que los ciudadanos –especialmente las personas más mayores– están preocupadas por el futuro de su sistema de salud y ven con gran escepticismo la burda socialización que proponen Obama y los demócratas. No son, por tanto, esos ciudadanos los ogros mafiosos con que se les quiere presentar desde el Partido Demócrata. Se trata de individuos de a pie que ven cómo se están alterando los cimientos de la libertad en EE.UU., particularmente de la libertad de expresión y de elección individual.

Porque aparte de los intentos de silenciar o demonizar canales de radio y televisión y comentaristas y analistas políticos que no comulgan con Obama, el ciudadano medio está viendo ya con claridad cómo se silencia a personas normales en esas reuniones y cómo se les cierran las puertas para poder hacer sus preguntas a su representante. Las más recientes encuestas, como la Pew y la Gallup, muestran ya que la mayoría de la población está en contra de este plan de salud y que cada vez son más los votantes "independientes" que simpatizan con estos ciudadanos opuestos al plan.

El intento demócrata de demonizar a estas personas ha resultado un fracaso y Obama mismo ha tenido que escenificar estos días uno de esos encuentros abiertos con los votantes. El problema es que lo hizo al estilo de campaña electoral y esta vez la estrategia le falló pues su aparición en Portsmouth (New Hampshire) fue una pantomima que incluía demasiado descaradamente público sólo favorable a su causa. Hasta se entonó otra vez el "Yes, We Can" como si estuviéramos todavía en agosto de 2008. Entre las aduladoras preguntas al presidente destacó la de una niña –Julia Hall– que resultó ser luego la hija de Kathleen Manning Hall, una de las contribuyentes a la campaña de Obama e importante operativa en su carrera presidencial.

Obama, además, no dijo la verdad cuando afirmó, por ejemplo, que la importante asociación AARP apoya totalmente su plan de salud; o cuando negó que el plan no iba a generar déficit; o –peor aún– cuando tergiversó los verdaderos detalles del proyecto de ley sobre la salud (el HR 3200). En dicho mamotreto de 1.017 páginas queda claro que el ciudadano perderá su libertad de organizar a su gusto sus propias decisiones médicas: perderá su actual seguro privado y aun su doctor; y también, bajo dicha ley resulta obvio que los viejos molestan y que los llamados "servicios para acabar la vida" se justifican vergonzosamente como medio de ahorrar en gasto sanitario. Lean si no la sección 1233...

Obama y la mayoría demócrata podrán quizá aprobar esta ley pese a la oposición ciudadana, pero lo harán bajo su propia cuenta y riesgo. Llegadas las elecciones, los norteamericanos saben siempre rectificar y no olvidan tampoco que es tradición en este país seguir levantándose en defensa de la libertad cada vez que ésta se ve amenazada.

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