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José García Domínguez

Carod y los lilas de Madrid

El uso preceptivo del catalán no será modificado "diga lo que diga" el Tribunal Constitucional, ha sentenciado por su cuenta y riesgo Carme Figueras. Precisa, expresa, clara amenaza de insubordinación golpista que Montilla no ha querido desautorizar.

En ese pequeño teatro de guiñol en que ha devenido la política rebajada a espectáculo para el consumo de masas, a Carod Rovira le ha tocado interpretar el papel del hombre del saco, el del malo malísimo que se come crudos a los niños. Algo así como una variante mediterránea del Chupacabras llamada a servir de alcaloide a tanta reencarnación de Roberto Alcázar y Pedrín como prolifera en cierto periodismo patriotero de la Villa y Corte. Ése al que le duele España a la altura de la entrepierna si la Cataluña oficial se sueña soberana, pero que, al tiempo, contempla silente a Javier Arenas travestido de "realidad nacional andaluza", cuando no da en aplaudir eufórico viendo a Camps enfundado en su cláusula ídem. Curioso españolismo asimétrico que, por lo demás, a nadie aquí parece inquietar.

Así las cosas, con pulcra, meritoria profesionalidad, y escoltado para la ocasión por los hermanos Maragall –alucinado el uno, alucinante el otro–, Carod se ha prestado a representar de nuevo la comedia bufa que tiene por oficio. Pues, igual que los célebres desnudos de María José Cantudo durante la Transición, lo suyo lo exige el guión. De hecho, el hombre viene obligado a espantar con pautada periodicidad el gallinero hispano gracias a sus muy medidas atrocidades retóricas. Calculadas espoletas semánticas que, luego, ya en el fragor de réplicas, aspavientos y miasmas, harán pasar por procedentes las secuelas no menos macarras que nos tengan reservadas sus iguales del PSC, que es de lo que en verdad se trata.

Ésas son las reglas del juego, y como nunca faltará algún tonto en Madrid que embista furioso al primer trapo, ésas seguirán siendo mientras dure la broma. De ahí que, tras las últimas baladronadas de Carod & Cía, nadie haya reparado en el llamamiento expreso a la desobediencia institucional que ha protagonizado la portavoz socialista en el Parlament de Cataluña, cierta Carme Figueras. El uso preceptivo del catalán no será modificado "diga lo que diga" el Tribunal Constitucional, ha sentenciado por su cuenta y riesgo la interfecta. Precisa, expresa, clara amenaza de insubordinación golpista que ni Montilla, ni su segundo, Pepe Zaragoza, que por cierto resulta ser marido de la doña, han querido desautorizar. Es sabido: unos cardan la lana...

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