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José T. Raga

Autoritarismo sin rumbo

Los que no tienen esa aureola de profesionalidad, como el ministro de Trabajo, le echan la culpa a los empresarios: lógico en un planteamiento leninista, aunque muchos pensábamos que eso sí que había pasado.

La impresión de todo lo que se engloba en ese término de "función pública" en nuestro país, empieza a no poder ser más pobre para cualquier observador, ni más deprimente para quienes la sufrimos. El problema es aún más grave si pensamos que el deterioro de ésta posee una gran capacidad de contagio sobre el mundo de la actividad privada, transmitiendo indolencia y falta de horizonte, aniquilando con ello cualquier motivación o iniciativa.

La función pública, en cuanto que servicio al bien de la comunidad, merece todos los respetos a la luz de la confianza que genera en los administrados; sin embargo, cuando la confianza se torna en desesperación, la respuesta del pueblo es el rechazo, el desprecio y la ridícula caricaturización de sus protagonistas. En este sentido, vivimos momentos verdaderamente de excepción. Nos esforzamos en afirmar, una y otra vez, que somos una democracia, que vivimos en un Estado de Derecho, que en nuestra nación la igualdad está garantizada... cuando al mismo tiempo tenemos la sensación de estar esculpiendo aquellas rimbombantes frases sobre sendas lápidas mortuorias para identificar las fosas –hic iacet– que acompañarán, en el campo santo, a la de Montesquieu, que colocase un día Alfonso Guerra, oráculo del PSOE.

Los síntomas, aún queriéndolos olvidar, están presentes en las mentes de todos. Un presidente de un parlamento autonómico amenazando al Tribunal Constitucional de lo que podría ocurrir según el contenido de una ya largamente esperada sentencia; un presidente de comunidad advirtiendo que encabezará las manifestaciones por razones análogas; cualquier pelagatos de un partido se considera con derecho a exigir documentación de la gestión económica pública a los órganos correspondientes, anteponiéndose y despreciando la actividad propia del Tribunal de Cuentas –y lo que quizá es peor–, la autoridad en entredicho se siente tan insegura que su respuesta no es la más apropiada de "ni se la doy ni se la daré", sino que busca componendas, o mira para otro lugar; la función de administrar justicia, abunda más en los motivos de escándalo que en los de garantizar el ejercicio de los derechos; la confusión entre partido y gobierno, y entre gobierno y Estado es tal, que nunca se sabe a qué responde la función de cada cual: la del presidente del Ejecutivo, o a la del fiscal general del Estado, o la de los ministros... por lo que no parece extraño que el gobierno desprecie al pueblo, de quien obtiene su salario, autorizándose a engañarlo cuantas veces le venga en gana, mentirle, confundirle y manipularle.

La impresión del gobierno es la de la Charanga del Tío Honorio en la que cada uno toca lo que puede, todos desafinan, nadie respeta los tiempos y el director, que mueve la batuta sin saber por qué, abronca y castiga sin piedad, a troche y moche, para recordar que él es el que manda, "no olvides que soy el presidente". Parece a todas luces evidente que el gobierno, que nunca pensó serlo en el 2004 y que por ello piensa que haga lo que haga seguirá siéndolo, carece de rumbo; no se dirige a ningún lugar, sino a ir tirando que, como diría el refrán, "la vida son dos días". Por ello, su política es la de improvisación. Cada ministro toca como puede, todos de oído, siguiendo lo que les ha dicho su presidente autoritario, a quien nadie se atreve a rechistar, pues la defenestración puede ser inmediata. Lo que ocurre es que el director de la orquesta, al carecer de partitura, mueve la batuta por impulsos, por lo que el desbarajuste lo percibirá después de producido: será el cheque bebé, o las ayudas a las hipotecas de las rentas bajas, o la asistencia de la ley de dependencia, o la ayuda para la emancipación de los jóvenes, o los recientes 420 euros de prolongación extraordinaria del desempleo, etc. etc.

Eso sí, todos, músicos y director, piensan que una mentira a tiempo tranquilizará a las masas y, en el fondo, a algunos de ellos hasta les generará esperanzas, pues se les conseguirá convencer. Además, a la hora de la verdad, estas cosas se olvidan y, si no, siempre se podrá echar la culpa a alguien. ¿Quién se acuerda de que la ministra de Sanidad, doña Trinidad, apenas tomar posesión de su flamante cargo declaró que España no se vería afectada por la Gripe A? ¿Qué relación tiene aquella declaración con su Apocalipsis de hoy? ¿Quién pide explicaciones a la ministra, o al presidente, cuando frivolizaba con ironía que por que un militar tenía la gripe, se pedía el cese de la ministra de Defensa? No le faltaba razón, porque mentir en el gobierno y en la política actual es un instrumento de trabajo como el bolígrafo.

La indulgencia del pueblo español con su gobierno llega al extremo en materia económica. ¿Se acuerdan de la rotundidad de nuestro presidente afirmando que en España no había crisis? Después se afirmó una y otra vez que no se trabajaba con un escenario de recesión, cuando bastaba con decir que, simplemente, no se trabajaba. Y seguimos sin trabajar para afrontar la crisis, disfrutando de un merecido descanso veraniego. ¿Merecido...?

La cruel realidad es que en el segundo trimestre del año el PIB se ha reducido respecto al mismo trimestre del año anterior en un 4,2%. ¿Cómo se le llama a esto en economía? Si desconsideramos de momento la estacionalidad del dato en julio y agosto, en el trimestre abril-junio la destrucción de empleo fue algo superior al siete por ciento, lo que, de mantenerse, supondría la eliminación de más de 1,3 millones de empleos en un año.

¿Qué decir ante esto? La cantinela del presidente, que repite su séquito, es que lo peor ya ha pasado. El problema es que este estribillo viene ya desde principios de año, por lo que los infelices nos preguntamos, ¿cuándo es que ha pasado? Hasta miembros que llegaron al gobierno con aureola profesoral, se suman también a la falsedad de la declaración. Los que no tienen esa aureola, como el ministro de Trabajo, le echan la culpa a los empresarios: lógico en un planteamiento leninista, aunque muchos pensábamos que eso sí que había pasado. El problema, y quizá de ahí vienen todos los males, es que los políticos tienen poca estima de sí mismos; por eso mienten, dicen y desdicen sin el mínimo parpadeo. Pues bien, si no se estiman y no se respetan a ustedes mismos, no pretendan ser merecedores de respeto y de estima por parte del pueblo español.

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