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Pablo Molina

Republicanos en Palacio

Lo más chocante es que una gran parte de los que aspiran a cambiar de régimen se declaran orgullosos herederos de nuestra última aventura republicana, que acabó en una feroz guerra civil con los borbones en el exilio.

La reunión entre D. Juan Carlos I y el coordinador general de Izquierda Unida, o lo que queda de ella, ha sido, más que un acto institucional, el encuentro entre dos personalidades que comparten, al parecer, puntos de vista decisivos respecto a la forma del Estado.

Cayo Lara es republicano de profesión y el Rey lo es por vocación, como ya se encargó de señalar en su día Rodríguez Zapatero exaltando la figura del monarca y felicitando a todos los españoles por tener un rey "muy republicano". Ser republicano queda muy progre y si por algo se han distinguido siempre los borbones es por ir con el sino de los tiempos. Es cierto que algunas veces "los tiempos" les han indicado el camino a la puerta, pero son vicisitudes puntuales que en nada empañan la trayectoria ejemplar de una dinastía identificada con el pueblo y sus neurosis episódicas, como la de instaurar una nueva república a pesar de los antecedentes de nuestra historia.

Lo más chocante es que una gran parte de los que aspiran a cambiar de régimen se declaran orgullosos herederos de nuestra última aventura republicana, que acabó en una feroz guerra civil con los borbones en el exilio. Con esos antecedentes, lo más prudente es que los sucesores de unos y otros observaran cierta moderación en sus alardes republicanos, pero como en España todo es excesivo, el titular de la monarquía constitucional y el responsable de un partido antisistema a punto de convertirse en fuerza extraparlamentaria se reúnen en palacio para conversar, entre otras cosas, sobre la mejor forma de traer a España la III República, que ya hay que tenerlos holgueros.

A los agnósticos en lo que respecta a la forma de gobierno nos importa relativamente poco que estas situaciones rocambolescas se produzcan, pero agradeceríamos cierta claridad en este asunto y, sobre todo, una mayor coherencia de los que se manifiestan dispuestos a cambiar la arquitectura política de la nación. Quiero decir que hubiera sido más presentable que a la salida del cónclave neorrepublicano en sede Real, el coordinador general de lo que queda de Izquierda Unida hubiera manifestado su contrariedad por el rechazo del monarca a debatir sobre el cambio de régimen en lugar de su satisfacción por la cordialidad del encuentro. Claro que después del estatuto de Cataluña, defender el orden constitucional es más bien cosa de héroes y nadie está a estas alturas para hazañas. Tampoco en Palacio.

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