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José García Domínguez

El Capital (versión abreviada)

Ridícula insignificancia al lado del auténtico botín propagandístico de la operación, ese sintagma convicto y confeso, "las rentas del capital", señalado hoy por el implacable dedo justiciero del Robin Hood de Rodiezmo.

Si bien se mira, lo único que no cabe augurar a propósito de los impuestos en España es que vayan a subir. Y ello por la muy elemental razón de que ya han subido. Y mucho. Pues no otra cosa más que carga fiscal diferida en el tiempo es la deuda pública, esa lima insaciable que ya se ha tragado con alegre desparpajo la mitad del valor de todo cuanto el país produce en un año. Así, en puridad, la verdadera, la genuina cuestión consiste en discernir si procedería incrementar la presión fiscal aún más o no, amen de ungir a los paganos de turno, claro.

Asuntos ambos que Zapatero se ha apresurado a sustraer del adusto terrero de la lógica tributaria para desplazarlos, como en él es norma, al único campo donde se sabe seguro, el del fetichismo semántico. De ahí el nuevo gran hallazgo de la alquimia retórica monclovita, ése que le ha permitido transmutar en siniestras plusvalías del "capital" a los frutos del ahorro de toda una vida de pensionistas, jubilados y demás potentados y oligarcas adictos a las estufas de butano, el bono-bus municipal y las ocasionales rondas por los paraísos artificiales del Imserso. Poco importa, por lo demás, la nimiedad que el Estado vaya a recaudar merced a esa hipérbole efectista plagada de resonancias dickensianas y secreta nostalgia por los Cuadernos de Educación Popular de Marta Harnecker.

A la postre, se trata de un gravamen que apenas supone unos ingresos a las arcas públicas de mil millones. Una ridícula insignificancia al lado del auténtico botín propagandístico de la operación, ese sintagma convicto y confeso, "las rentas del capital", señalado hoy por el implacable dedo justiciero del Robin Hood de Rodiezmo. Lástima que nadie en el PP sea capaz de evocar que fue él mismo, Zapatero, quien en 2006 endulzó hasta la nausea el trato fiscal de esas plusvalías apestadas, rebajándolo hasta el 18 por ciento vigente. Ni Montoro, ni Rajoy se acuerdan ya, pero a los ricos, a los de verdad, Aznar les confiscaba la mitad (el 43 por ciento) de todos los beneficios anuales que obtuvieran en la Bolsa. Razón de que, impacientes, tuvieran que esperar al retorno del PSOE al poder con tal de que las aguas del "capital" volvieran a su dulce cauce de siempre. El actual por más señas.

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