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¿Pero hubo alguna vez guerras mundiales?

El problema es que el mundo occidental no ha entendido que aunque él, con su cerebro subcontratado a las terminales mediáticas de nuestro tiempo, persiste en negarlo, lo que sucedió el 11S es que nos encontramos de lleno en una nueva guerra mundial.

Decíamos ayer que el homo progresor –cima posmoderna de la visión beatífica de la paz mundial, planetaria, universal y del buen rollito– no puede concebir que la Segunda Guerra Mundial tenga alguna enseñanza para hoy.

En la actualidd todo va bien porque manda en Occidente, de momento y con permiso de los Estados Unidos, ese hombre culmen de la evolución que cree saberlo todo desde su inmensa autocomplacencia. Se cree bondadoso y cauto por seguir religiosamente las consignas de los medios dominantes. Aprende de sus lecturas lo que le digan en bobelia, y aprecia la música, el arte o cualquier forma de cultura con el esnobismo propio del horterismo reinante. Desde su fatal arrogancia, este paleto posmoderno, más bruto que sus antepasados pero también más pagado de sí mismo, se equivoca. Lo peor es que en aquello en lo que se equivoca, nos va la vida.

En la órbita del homo progresor nadie ha atado los cabos que van desde el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial a las celebraciones –Moratinos incluido– del 40º aniversario de la tiranía libia, coincidentes con la liberación del agente libio que mató a 270 personas en un atentado precedente de las aún mayores atrocidades terroristas que hemos conocido luego.

Al homo progresor le parece bien, tan humanitario es él que el gobierno inglés consideró inconveniente que muriera en prisión el agente de Gadafi porque eso habría suscitado las iras islamistas. Los muy progresor servicios secretos británicos le explicaron al parecer a Gordon Brown que no podían dejar que Megrahi –que así se llama el único asesino que había sido encarcelado– se convirtiera en un shahid, mártir, que fuera usado por Al Qaeda y otros terroristas para justificar futuros ataques. El homo progresor no entiende –porque junto con las demás luces que le adornan es bastante cobardón– que esto es lo que el hombre menos evolucionado que él conoce, desde que hay sol sobre la tierra, como "ceder al chantaje".

Es este ceder al chantaje constantemente y el tolerar uno tras otro los atentados islamistas de los 80 y 90 –desde los secuestros y asesinatos en el Líbano hasta los atentados contra las torres Khobar en Arabia Saudí o el hundimiento del USS Cole, pasando por los sufridos por las embajadas americanas en África– lo que llevó a Ben Laden a pensar que podía salir airoso de un 11 de Septiembre. Está mal que los medios progresor no subrayen que Gadafi sólo abandonó su programa nuclear y sus actividades terroristas una vez que vio pelar, por orden del malvadísimo Bush, las barbas de su vecino Sadam –una de las últimas veces que se ha visto hacer justicia con los terroristas en esta tierra–, pero no está menos mal que se haga caso omiso a las señales que emite el eje del mal. Se siente cada vez más convencido de que el mundo occidental es suficientemente débil como para dejarse hacer cualquier cosa.

Solana decía el otro día que la opción militar contra Irán es cada vez más descabellada, cuando en realidad es la incompetencia de su actividad y la del grupo de países europeos que acompañaba de peregrinación al hoy muy poderoso Larijani –negociador del programa nuclear– lo que hace que prácticamente no quede otra opción que bombardear las centrales nucleares y de armamento iraní. Lo que se externalizará a los israelíes para que el homo progresor pueda pontificar tranquilo su moralidad de salón desde su holgura económica, su mentalidad burocrática y su justicia de contable. Sin saber siquiera que Ahmadineyad está a punto de nombrar ministro de Defensa a Ahmadi Vahidi, responsable buscado por Interpol por el atentado de 1994 contra el centro cultural judío de Buenos Aires, con 85 muertos.

El problema es que el mundo occidental, al mando del cual se sitúa este triste homo progresor, no ha entendido que aunque él, con su cerebro subcontratado a las terminales mediáticas de nuestro tiempo, persiste en negarlo, lo que sucedió el 11 de Septiembre es que nos encontramos lanzados de lleno en una nueva guerra mundial; que, si contamos la Guerra Fría, sería la IV Guerra Mundial; que ésta tiene raíces ideológicas como la que nos enfrentó a los totalitarismos del siglo XX, de los que el islamofascismo es el heredero; que es global en su extensión; que es combatida con una variedad de armas militares, culturales y morales; y que se prolongará durante décadas. Si dejamos que siga ocupándose de ella esta encarnación agnóstica del Altísimo, el homo progresor, perderemos sin remedio, y nadie, de aquí a setenta años, podrá celebrar nuestra resistencia.

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