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Agapito Maestre

El poder del juez

Cuando un juez, sólo un juez, cumple con su deber es capaz de hacer más por la Justicia española que todos los jueces juntos, que ponen su "saber" al servicio del poderoso o, peor, de una efímera fama.

Ayer empezó una nueva etapa política en España. El poder de un juez ha conseguido vencer la mentira, la terrible patraña, sobre la que se ha montado, desde el 11-M de 2004 hasta hoy, la vida política en nuestro país. Asistimos al fin de lo "acordado" por la casta política y judicial hace años. Ya no vale decir que el 11-M no dejó herida de muerte la democracia española. Esta aserción ficticia y engañosa sobre la que se ha montado tanto el poder de Zapatero como el de la oposición ha quedado rota. Ha saltado hecha añicos. Es imposible reconstruir esa falsedad después de la sentencia que desestima la demanda del comisario Sánchez-Manzano contra Jiménez Losantos y los compañeros de El Mundo.

Porque la verdad judicial de esta sentencia trasciende los casos concretos de los demandados, mantengo que su argumentación reabre en canal la interpretación del golpe de Estado dado el 11-M a la democracia española. El poder, de verdad, autónomo de una juez, basado en una limpia sentencia, que suscribiría cualquiera que tenga un poco de sentido común, hará cambiar, en mi opinión, el rumbo judicial y político de España. El cambio judicial es obvio. Está a la vista. ¿Quién hubiera podido prever esa sentencia hace unos días? Pocos. Quizá nadie.

Sin embargo, las sorpresas que nos pueden deparar determinados profesionales de la justicia, o sea, jueces que creen en su oficio se hallan reflejadas en esta resolución. Son más que sorpresas de la vida política; en verdad, son estímulos necesarios para que el sistema democrático no sea arruinado por el silencio cómplice de los jefes de la casta política y judicial. Cuando un juez, sólo un juez, cumple con su deber es capaz de hacer más por la Justicia española que todos los jueces juntos, que ponen su "saber" al servicio del poderoso o, peor, de una efímera fama. Ayer, cuando muchos jueces conocieron la sentencia de su compañera, estoy convencido de que sintieron sana envidia de la persona que dictó esa resolución. El entusiasmo que genera la verdad nunca es comparable al resentimiento que produce la ideología.

Me atrevo a mantener que el entusiasmo despertado en cientos de jueces por esta sentencia sólo es comparable a la ilusión democrática que ha ejercido sobre las víctimas del 11-M, o sea, todavía es posible saber qué pasó el 11-M. Más aún, esta sentencia abrirá una nueva etapa en la política española. ¿Novedad política? Sí, sí, gracias a esa sentencia, el 11-M, la mayor tragedia de la historia de España reciente, quizá haya dejado de ser el peor símbolo de la muerte de la política, o sea, la imposibilidad que hasta hoy teníamos los ciudadanos de España de combatir el mal con el bien. El 11-M no puede cerrarse so pena de aceptar la muerte de la democracia. Es menester reiterar el "queremos saber qué pasó". Este grito no es un reproche sino un acto simbólico de refundación de España como un genuino Estado de Derecho. Una democracia real y no de boquilla.

A pesar de todo, nadie crea que soy un iluso. Sigo pensando que la Justicia en España es dependiente del poder Ejecutivo; sin embargo, por fortuna, la Justicia a veces emerge a la superficie gracias a los jueces, a los grandes profesionales que se toman muy en serio su cometido. Su vida. Entonces, cuando un juez cree en la justicia, su poder es tan grandioso que conseguirá hacer revivir lo que yace en la losa de la "política institucional". Serán los jueces, repito, y no la "Justicia", quienes salvarán a lo poco que queda de nación de caer, definitivamente, en los lodazales de quienes mantienen que Montesquieu ha muerto. Los jueces, pues, no se salvarán si no salvan su circunstancia. He ahí la principal lección que extraigo de la sentencia de doña Cristina Lledo Fernández.

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