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Jeff Jacoby

Sin gallina no hay huevos de oro

La carga tributaria del 1 por ciento de las rentas más altas, que se compone solamente de 1,4 millones de contribuyentes, paga hoy más que los 134 millones de contribuyentes de rentas más bajas juntos.

Durante el mes de abril, el Gobierno británico decidió recuperar parte de la recaudación perdida a causa de la actual recesión a base de subir los tipos impositivos del 40 al 50 por ciento. Esta decisión asestó un duro golpe a la Premier League, la asociación de fútbol profesional que incluye a equipos con solera como el Manchester United o el Arsenal.

Como relata en el Weekly Standard Jonathan V. Last, la subida tributaria ha conducido a que importantes estrellas del deporte estén rechazando lucrativas ofertas de quedarse en los equipos más famosos de Gran Bretaña. Cristiano Ronaldo, Jermaine Pennant, Karim Benzema o David Villa están entre los ilustres jugadores que han rechazado la Premier League para jugar en España. ¿Por qué España? Debido a que según la legislación fiscal española pueden acogerse a la figura del "ejecutivo extranjero", una posición que limita el tipo máximo que tienen que pagar a sólo un 24%. El diferencial tributario "se ha convertido en una ventaja casi insuperable para los equipos de fútbol españoles", escribe Last, lo que explica por qué el dominio británico del fútbol europeo esté llegando a su fin.

Los impuestos altos pueden tener consecuencias desagradables e imprevistas.

Los gobiernos se engañan al imaginar que pueden recaudar fácilmente todo el dinero que quieran subiendo los impuestos a las rentas más altas. Los ricos siempre tienen otras opciones. Cuando los impuestos suben de forma demasiado abusiva, las rentas más altas pueden ajustar su patrón tributario. Algunos se desplazan a España a jugar al fútbol en la Liga. Otros optan por vías menos glamurosas, recortando sus inversiones, renunciando a nuevas oportunidades de negocio, buscando paraísos fiscales o trabajando menos horas. El impacto no se deja sentir únicamente en unas recaudaciones inferiores a lo esperado, sino en ritmos de crecimiento menores, en la productividad, y –puesto que los puestos de trabajo son creados de manera mayoritaria por aquellos que tienen dinero– en la creación de empleo. "No se puede tener trabajo y despreciar a los empresarios", solía decir el senador de Massachusetts Paul Tsongas. "Sin gallina no hay huevos de oro".

Pero ésa no es la actitud que prevalece hoy en Washington, donde la administración Obama y los demócratas del Congreso se están cebando subiendo los impuestos.

El presidente Obama, que el año pasado dijo que se valdría de la presidencia para "redistribuir la riqueza", pretende subir el tipo máximo del 35 al 39,6 por ciento, y recaudar aún más impuestos limitando las deducciones a las que pueden acogerse las rentas más altas en concepto de intereses hipotecarios y donaciones a la caridad. El proyecto demócrata de reforma que está siendo examinado en el Congreso, mientras tanto, insta a subir aún más los impuestos a la clase media-alta. Para ayudar a sufragar su reforma multimillonaria de la sanidad, los demócratas de la Cámara proponen incrementar la tributación de los hogares estadounidenses que tengan una renta superior a los 350.000 dólares al año, una subida fiscal que dispara el tipo máximo federal al 45 por ciento, el más elevado en más de 20 años.

El gobierno justifica estas subidas drásticas de los impuestos mediante una retórica propia de la lucha de clases que no deja de sorprender.

"Mientras las familias de clase media han respetado las normas, cumpliendo con sus responsabilidades como vecinos y ciudadanos, aquellos en la cima de nuestra pirámide económica no lo han hecho", sostienen los presupuestos del ejercicio 2010 de Obama. "Demasiados recortes tributarios mientras amasaban beneficios récord y se recompensaban con sueldos y primas multimillonarias. Hacer dinero no tiene nada de malo, pero cuando permitimos que el terreno de juego se decante tanto en favor de tan pocos, só tiene algo de malo". En consecuencia, insta a "devolver un sentido básico de justicia al código fiscal" y garantizar que "los más ricos pagan más".

La creencia en que el código tributario favorece a los ricos es algo que comparten muchos estadounidenses. Cuando las encuestas preguntan si las personas de elevado poder adquisitivo pagan pocos impuestos o lo que les corresponde en impuestos federales, el 60 por ciento de los encuestados o más responde de manera generalizada que pagan muy poco. Pero los datos cuentan una historia diferente.

Se mire por donde se mire, los ricos pagan más de lo que les corresponde. Según los datos más recientes de la agencia tributaria, el 1 por ciento de los contribuyentes estadounidenses gana el 22,8 por ciento del PIB, pero paga el 40,4 por ciento de todos los impuestos federales sobre la renta. Por el contrario, el 95 por ciento de contribuyentes a la cola, que gana el 62,5 por ciento del importe, sólo paga el 39,4 por ciento de la carga fiscal. Eso es algo que hay que repetir: la carga tributaria del 1 por ciento de las rentas más altas, que se compone solamente de 1,4 millones de contribuyentes, paga hoy más que los 134 millones de contribuyentes de rentas más bajas juntos.

Mientras que la envidia y el resentimiento económico suponen un potente estímulo político, los efectos secundarios que deja pueden ser atroces. Los demócratas deberían resistirse a las demagógicas consignas de subir los impuestos a los ricos. Mejor recordar en su lugar la advertencia de Paul Tsongas: "Sin gallina no hay huevos de oro".

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