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Amando de Miguel

Falsas polémicas

Más justo sería que, en lugar de subir los impuestos, los gobiernos todos decidieran cerrar oficinas inútiles, deshacerse de muchos coches oficiales, suprimir cargos y clausurar organismos enteros.

La mayor parte de las piezas de opinión son emitidas por periodistas. Esa adscripción es lógica, pero conlleva algunos riesgos. El principal es que, en lugar de opiniones, nos quedemos muchas veces en un relato de los hechos más o menos conocidos. Al periodista le satisface contar lo que pasa. El resultado, con tantos medios como tenemos, es una cierta reiteración de la actualidad. Hay que pasar decididamente a las opiniones, que consisten en que digamos lo que está bien o está mal, lo deseable o indeseable. Son innúmeras las facetas de la vida que merecen el juicio de la opinión. Ese es el momento en el que las palabras y las frases adquieren todo su significado. No se trata de describir una realidad sino de interpretarla, de decir lo que en ella hay de positivo o de negativo, indicando quiénes son los ganadores o los perdedores.

La esencia de la vida pública es la confrontación. Sólo que dos no se enfrentan si uno no quiere, por lo menos de momento. De forzar el certamen, el otro puede hacer el ridículo. Por ejemplo, en los años 30 del pasado siglo los fascistas o nacionalistas levantaban el brazo derecho con la mano abierta y los izquierdistas levantaban el brazo (normalmente el izquierdo) con el puño cerrado. Era una forma simbólica de enfrentamiento. El puño cerrado podía indicar unión, pero significaba también amenaza, imposición. Por lo menos el gesto era auténtico. Pero ahora hemos visto que algunas ministras o equivalentes (jovencitas ellas) levantan el puño con tal de que la reunión sea en una zona minera, bien que mineros sin subvencionar propiamente ya no quedan. Es decir, el asunto resulta ridículo, más que nada porque no lo repiten los otros miembros del Ejecutivo. Estamos ante una falsa polémica, la de si a estas alturas se debe levantar el puño cerrado. Quizá haya una cierta nostalgia de la II República y se quiera repetir la III con todas las sandeces de la anterior. Nada menos que un comunista, que lleva el aristocrático nombre de Cayo Lara, va a visitar protocolariamente al Rey y le comunica su plan para implantar la República en España. Supongo que el Rey se estaría desternillando de risa. Me imagino que el destronamiento sería ahora con pensión vitalicia.

La gripe A es otra cuestión que ocupa falsas polémicas. Realmente se ocultan grandes ignorancias. A estas alturas no sabemos cómo se origina y se extiende la gripe y sobre todo ignoramos cómo se cura. La vacuna es harto dudosa. Resulta raro que no la estén produciendo los laboratorios españoles, muchos de ellos filiales de los internacionales. Ahí es donde se percibe la dependencia de la economía española.

Hay que ver la cantidad de ringorrangos que se dibujan para no decirnos que van a subir los impuestos. Aunque se asegura que la subida la van a pagar los ricos, es claro que los ricos logran repercutir la subida de los impuestos sobre los que les compran algo. Esa cadena se reproduce en todas las operaciones de compra-venta hasta que llegamos a un estrato que sólo compra y no vende. Ese es el que verdaderamente paga los impuestos. Convencionalmente es el conjunto de parados, jubilados y trabajadores modestos; desde luego no son los "ricos". Más justo sería que, en lugar de subir los impuestos, los gobiernos todos decidieran cerrar oficinas inútiles, deshacerse de muchos coches oficiales, suprimir cargos y clausurar organismos enteros. No solo no empeoraría la eficiencia de la Administración Pública, sino que mejoraría notablemente. Pero nada de eso sucederá. Pagaremos más impuestos, aunque sólo sea porque lo que crece es la parte del presupuesto de gastos públicos dedicada a pagar deudas.

Lo malo de los impuestos es que muchos no se llaman así sino tasas, cuotas, matrículas escolares, peajes, incluso multas. La ignorancia llega a más. Muchos ciudadanos creen que los impuestos los pagan los demás porque a ellos "Hacienda les devuelve". Santa ignorancia. Los impuestos se pagan siempre que compramos algún objeto o servicio, es decir, continuamente.

Durante un tiempo recibir subsidios de todo orden era considerado un oprobio, un desprestigio cercano al estatuto de limosna. Eso se acabó. Actualmente los beneficiarios de todo tipo de subvenciones del Estado (parados, pensionistas, receptores de todo tipo de ayudas oficiales) se sientes satisfechísimos con su situación de perceptores de mercedes oficiales. Hoy es el estatuto ideal, sólo superado por ganar algún premio de la lotería o las quinielas o, subsidiariamente, salir en algún programa de la tele en la que uno cuenta sus miserias. ¿Se entenderá ahora por qué no baja el número de parados o de perceptores de subvenciones oficiales? Lo de prosperar a través de una profesión o de una empresa se considera excepcional; raro, incluso, y llegará a ser marginal. El mundo al revés, pero como es redondo, no se nota.

El ritmo del trabajo en el sector público es tan mesurado que no nos extraña que una decisiva sentencia del Tribunal Constitucional tarde en emitirse más de tres años. Aun suponiendo que proclamara que el Estatuto de Cataluña no es constitucional, cuando eso se dijera, el Estatuto habría emitido cientos de actos decisivos. Claro que si se siguiera diciendo que el texto de la Constitución es legal, éste sería letra muerta. Es la mejor tradición española: se acata, pero no se cumple.

Fíjense que, en todos los casos aducidos, el problema está en que las palabras o los gestos no significan lo que hasta ahora habían querido decir. Esto es, los españoles estamos ante una alteración profunda de los diccionarios y las convenciones. Nos encontramos a las puertas de una especie de revolución de los significados. Por eso las polémicas son falsas, pero como falsa es generalmente la vida pública. Si nada de lo solemne es verdadero, ¿por qué preocuparse?

Por ejemplo, nadie parece preocuparse de que la inminente subida de impuestos lo sea en contra de todas las promesas oficiales al respecto. Más aun, esa subida no va a preocupar a los ricos y sí a las clases medias. Todavía más, la subida de algunos tipos impositivos no va a suponer el aumento correspondiente de la recaudación fiscal. Pero es que, aunque se diera ese aumento, la salida de la crisis económica no se va a dar por vía fiscal. Se podría conseguir por un corte sustancial del gasto público y sobre todo por un refuerzo del espíritu de trabajo de los españoles. Esas condiciones son de momento imprevisibles.

La crisis económica se resuelve en una falsa polémica si no nos percatamos de que en España hay un factor específico, sumamente profundo. Después de una generación volcada hacia el esfuerzo continuado, nos encontramos con otra generación orientada hacia la ociosidad y el gozo de la vida. La extensión de ese fenómeno es la típica de las épocas o las sociedades en decadencia.

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