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Obama, el discurseador

Obama no ha conseguido hasta ahora más que gratificantes aplausos y nulas colaboraciones, grandielocuencia zapaterista aparte. El resultado no es que decepcione sino que inquieta y de manera creciente.

Speechifyign, "discursear", es el punto fuerte de Obama. Con él ganó las elecciones y desde el principio decidió explotarlo al máximo. Ni una jornada sin discurso. Lleva una media superior a uno diario. Pretende cambiar radicalmente América y llevarse al mundo detrás a base de darle a la lengua. Sus discursos nunca son malos. Tiene un buen equipo de escritores y lee muy bien sus productos. Porque leer lee siempre, moviendo continuamente la cabeza del teleapuntador de la derecha al de la izquierda, que las cámaras tienen siempre la sospechosa delicadeza de no filmar. Lo hace con habilidad pero sin pasión, revelando la gelidez de su carácter. La retórica está en los contenidos, no en las formas. Por detrás de lo que otros le escriben, como a todos los políticos, que oradores a título propio ya casi no quedan, sus ideas y su estilo brillan inconfundibles. El abuso y la desmedida pretensión que tras éstos se adivina empiezan a resultar cargantes para los que no son incondicionales. Para los críticos, las ideas son peligrosas y el artificio con que las expone está plagado de sofismas. Como en la dialéctica hegeliana que tanto gustaba a Marx, dibuja siempre dos extremos igualmente viciosos de los cuales él es la gloriosa y superadora síntesis que nos lleva, si lo seguimos, muchos pasos hacia delante.

En los últimos días ha tenido ocasión de pronunciar varios discursos que sobresalen por encima de su desenfrenada verborrea, para clasificarse en la liga de campeones. Ha reunido a las dos cámaras en un intento de salvar su revolucionario, para América, plan de seguro universal –y estatal, claro está– de enfermedad, que constituye desde hace semanas el tema número uno de la política americana y que está lastrando su popularidad, que décima a décima ha ido cayendo inexorablemente a lo largo de todo el verano y que la solemne intervención no ha conseguido levantar más allá de punto y medio, que ya ha perdido casi completamente a menos de dos semanas del acontecimiento, situándose en este momento sus índices de aprobación en los 52, lo que equivale a su porcentaje de votos. Ha perdido todos los apoyos extra, que en sus primeros tiempos fueron un formidable 15% de la opinión, y lo que es peor, no parece que el implacable deterioro se haya detenido.

Ha hecho también, el 17, un importante pronunciamiento de política exterior, anunciando por sorpresa la retirada del proyecto de instalación de un sistema antimisiles frente al futuro peligro iraní, situado en Chequia y Polonia. Si los rusos no se vuelcan en el apoyo a la contención de las aspiraciones nucleares de los ayatolás, se habrá revelado como una apaciguadora concesión a Moscú a cambio de menos que nada.

Y por fin, el entero planeta ha sido su audiencia en la forma de Asamblea General de la ONU. Un bonito discurso, a la escarpada altura de la ocasión, señalando con claridad los desafíos a los que el mundo colectivamente se enfrenta y que sólo colectivamente puede resolver, siempre y cuando esté dispuesto a seguir con diligencia y prontitud a Obama. Una nueva forma de multeralismo cooperativo y unificador que daría como resultado práctico un unilateralismo por aclamación. Todos juntos en unión, porque Obama nos ha convecido y nos dirige. El zapaterismo a escala universal: no qué puede hacer Obama por nosotros sino nosotros por él.

Pero va a ser que no. A pesar de tan bellas palabras tan profusamente prodigadas, Obama no ha conseguido hasta ahora más que gratificantes aplausos y nulas colaboraciones, grandielocuencia zapaterista aparte. El resultado no es que decepcione sino que inquieta y de manera creciente a medida que pasa el tiempo. No está mal el análisis de los apremiantes problemas del mundo. Pero el asamblearismo universal bajo liderazgo carismático no parece que funcione. Si Estados Unidos deja de jugar su papel como uno, dos y tres, todos perdemos.

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