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EDITORIAL

Gürtel no está zanjado

En lugar de claridad y medidas contundentes, el presidente del PP está ofreciendo confusión, politiqueo de baja estofa y más motivos para desconfiar en él. No parece la mejor manera de aprovecharse de la caída del PSOE en las encuestas.

Después de meses sin comparecer en Génova, Mariano Rajoy nos sorprendió enviando una convocatoria urgente a los medios para una rueda de prensa sobre el caso Gürtel. Semejante dramatismo en un político que se ha caracterizado por evitar los focos y esperar que los problemas se solucionen solos parecía dar a entender que el presidente del PP tenía algo importante que decir. Después de escucharle, resulta que la única novedad que tenía que comunicar es que el partido elaborará un nuevo código ético, sobre el cual no ha desvelado detalle alguno. Ni siquiera ha sabido dar razones para el cese de Ricardo Costa, el cual, al margen de todos sus defectos y culpas, al menos ha sido el único en pedir perdón.

Si la pretensión del gallego era zanjar de una vez por todas el caso Gürtel, resulta evidente que ha fracasado. Si hay algo que ha quedado claro tras estos meses de filtraciones y escándalos es que sólo existen dos formas de que los ciudadanos aprueben la actitud de un líder político ante la corrupción: que no se enteren de los casos que afectan al partido o que al más mínimo indicio se proceda a expulsar a los sospechosos.

La primera opción está fuera del alcance de un PP. Los socialistas pueden confiar en que los numerosos casos de corrupción que les afectan –los diez millones concedidos por Chaves a la empresa de su hija, las ramificaciones del caso Gürtel en Moncloa, el caso Estepona mencionado por el mismo Rajoy o el escándalo de Mercasevilla, entre otros– no tendrán el mismo eco que las andanzas de Correa y los suyos. La abrumadora superioridad mediática de la izquierda y la mayor capacidad crítica que en general muestran los medios de derechas con los políticos populares sólo dejan una opción a los líderes del PP: el cese fulminante.

Así lo ha hecho Esperanza Aguirre en Madrid. A los pocos días de la cacería de Garzón, Bermejo y el comisario de la Policía Judicial ya había destituido al único miembro de su Gobierno implicado, y actualmente todos los imputados por los jueces están fuera de sus cargos. Eso le permite contraatacar y recordarle a la oposición madrileña que en sus filas, en cambio, siguen muchos imputados sin que parezca existir ni la menor intención de expulsarlos. Rajoy, en cambio, pierde credibilidad a cada minuto y sus esfuerzos durante la rueda de prensa para ofrecer su mensaje sobre la crisis económica han sido completamente ignorados.

Y es que, en lugar de hacer lo que debe hacerse, Rajoy parece haber optado primero por no hacer nada y ahora por enviar dos mensajes simultáneos. Así, mientras en público aseguraba que Camps sigue teniendo su confianza, los miembros de su equipo decían a todo periodista que quisiera escucharles que el presidente de la Generalidad Valenciana es un mentiroso y que no descartan su destitución y el nombramiento de una gestora para sustituirlo. En lugar de claridad y medidas contundentes, el presidente del PP está ofreciendo confusión, politiqueo de baja estofa y más motivos para desconfiar en él. No parece la mejor manera de aprovecharse de la caída del PSOE en las encuestas.

Mariano Rajoy debería despedir de verdad a Bárcenas, que aún conserva su despacho en Génova, y a Jesús Sepúlveda, increíblemente recolocado como asesor personal tras ser expulsado por Aguirre. También debería caer Camps, no tanto por corrupción, pues no está demasiado clara su implicación en el escándalo, sino por su papel fundamental en el sainete que ha dejado en ridículo al PP durante esta semana. Sólo así recuperaría Rajoy el crédito perdido. Pero no parece estar muy por la labor, lo que provocará que cada día que pase haya más ciudadanos que se pregunten si no tendrá algo que temer de los imputados.

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