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Zapatero viajante

La visita de Zapatero a Obama ha pasado inadvertida para los americanos, pues por desgracia España es completamente irrelevante en Estados Unidos, por no decir internacionalmente.

El eremita de la Moncloa se echa a rodar por el mundo con vistas a una triunfal presidencia de la Unión Europea que comienza el próximo 1 de enero y de la que espera el desquite de muchas de las amarguras que el mundo internacional le ha deparado. Especialista en manejar opiniones públicas y, sobre todo, en su trasunto electoral, no dejará de calcular minuciosamente el impacto que la ocasión le proporciona para levantar cortinas de humo ante la crisis que tan deplorablemente gestiona y en el refuerzo de su propia imagen. En un entorno económico tan frágil, la minuciosidad de su cálculo no excluye la posibilidad de error o simplemente de que pierda el control de la situación, porque lo que no es capaz de calibrar es la inmensidad de su ignorancia en temas internacionales y lo contraproducentes que pueden ser sus dogmas ideológicos para suplirla.

En todo caso, se ha puesto en movimiento personalmente o por medio de su ministro de exteriores, cuya pervivencia demuestra la escasa importancia que le atribuye al tema.

La ansiada visita al despacho oval tiene profundas y viejas raí­ces. Lo intentó todo con Bush, que nunca estuvo dispuesto a concederle más que un "¿qué tal amigo?" en un cruce de pasillos en alguna cumbre. Todaví­a en la de OTAN en Bucarest, en abril del pasado año, hizo el último intento, ofreciendo el enví­o de una compañí­a a la no-guerra de Afganistán. Bush hubiera estado dispuesto por un batallón, pero eso le hubiera creado a Zapatero demasiados problemas con sus votantes y aliados que no tragan lo de la no-guerra y valoran en nada o incluso menos los espaldarazos internacionales que Bush pudiera dar.

Pero con Obama se produce una favorabilí­sima conjunción astral de repercusiones cósmicas y planetarias, según proclamó Leire Pají­n: coincidencia de progresistas en Madrid y Washington, destinada a conmocionar toda la galaxia. Al servicio de tan trascendental causa nuestro jefe de Gobierno profiere el kennediano "no nos preguntemos qué puede hacer Obama por nosotros, sino nosotros por él", que da la medida de la ausencia del ridí­culo del personaje. Ridí­culo ampliamente corroborado en la foto del encuentro familiar en la primera fase. Contra toda costumbre diplomática se lleva a sus hijas en viaje oficial, las cuales se niegan a cambiar para la ocasión su estilo indumentario preferido y son castigadas con un emborronamiento de las caras que arruina la soñada oportunidad, convirtiéndola en chirigota nacional de tres semanas. Prudentemente los señores Obama habí­an dejado a salvo a sus niñas.

A la segunda va la vencida y el martes 13 llega por fin a la Casa Blanca y aunque sin comida ni otros agasajos propios de gente importante, Obama le dedica nada menos que dos horas, lo que es mucho más que las famosas photo opportunites de quince minutos que el presidente americano se ve obligado a conceder a diario. Sin duda, las perspectivas de presidencia europea ya han empezado a contar y de eso se tiene que haber hablado, más allá de las frases convencionales nerviosamente pronunciadas por nuestro hombre en las alturas. Le habrá preguntado qué puede hacer por él y ni corto ni perezoso se ha lanzado a satisfacerlo y satisfacerse en la inmediata segunda parte de su viaje por los traidores secarrales de Oriente Medio. La visita ha pasado inadvertida para los americanos, pues por desgracia España es completamente irrelevante en Estados Unidos, por no decir internacionalmente. La cosa viene de un par de siglos atrás y sólo nuestra guerra civil se ha merecido un capí­tulo en los libros de historia del siglo veinte, como sujetos pasivos y sufrientes de un gran drama internacional. Aznar habí­a intentado rentabilizar en el exterior nuestro progreso económico y polí­tico interno, y habí­a tenido un golpe de suerte con su buena quí­mica con Bush y su apoyo a la liberación de los iraquí­es, consiguiendo "poner a España en el mapa", como dicen los anglosajones. Zapatero explotó muy hábil y arteramente el complejo de inferioridad español y el tradicional antiamericanismo en el que confluyen derechas e izquierdas por razones históricas diversas y consiguió la hazaña de volvernos a sacar del mapa. Vendió su antiamericanismo como apuesta europeísta, pero la desaparición de la escena de Chirac y Schröder y su insensata apuesta pública por los perdedores en la pugna por la sucesión de ambos lo han dejado con una polí­tica internacional cero.

Quizás ese regreso a la irrelevancia en versión corregida y aumentada le haya venido bien en su peregrinación a Washington, porque de otro modo hubiera sido muy difí­cil que se olvidaran en las televisiones americanas de la sentada ante el paso de la bandera americana que los del otro lado del charco se toman con tantí­sima seriedad.

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