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Hazlitt y el fracaso de la economía keynesiana

La solución de Keynes para el desempleo era la inflación. Su fallo central, según Hazlitt, era no admitir que el elevado paro de la Gran Depresión se debió a la intervención pública, que convirtió en rígidos muchos precios y salarios. Richard M. Ebeling.

Durante cuatro décadas, desde mediados de los años 30 hasta los años 70, la economía keynesiana casi monopolizaba la política económica en los Estados Unidos y en el resto del mundo. La “nueva economía”, como se denominó, venía a asegurar a la humanidad estabilidad económica, pleno empleo, y prosperidad material -todo esto a través de la sabia gestión monetaria del gobierno y de la política fiscal-.

Esta visión era tan dominante que sólo en 1959 apareció el primer libro completo de refutación de las ideas de John Maynard Keynes: El fracaso de la Nueva economía: Un análisis de las falacias keynesianas (The Failure of the “New Economics”: An Analysis of the Keynesian Fallacies)1.

Keynes (1883-1946)2 había adquirido una reputación internacional poco después de la Primera Guerra Mundial, cuando publicó Las consecuencias económicas de la paz (The Economic Consequences of the Peace), una mordaz crítica al Tratado de Versalles que formalmente puso fin a la guerra3.

En la década de 1920 era uno de los más importantes críticos del patrón oro y un ruidoso defensor de la moneda gestionada por el gobierno para mantener el pleno empleo. En su libro de 1924, Breve tratado sobre la reforma monetaria (A Tract on Monetary Reform), Keynes declaraba que el oro era una “bárbara reliquia” y que los gobiernos debían usar su control sobre la oferta monetaria para mantener un nivel de precios doméstico estable, incluso si esto requería abandonar la estabilidad del tipo de cambio entre la libra británica y otras divisas mundiales.4

En 1930 Keynes publicó su Tratado sobre el dinero (Treatise on Money), un trabajo de dos volúmenes que él esperaba que elevara su reputación como el más importante teórico monetario de su tiempo 5. En lugar de eso, el libro fue atacado ferozmente por los críticos, incluyendo a muchos de los economistas más prestigiosos en Gran Bretaña y Estados Unidos.

Las críticas más devastadoras fueron hechas por un joven economista austriaco llamado Friedrich A. Hayek, quien en una larga recensión en dos partes demostraba las confusiones lógicas y los errores teóricos que estaban presentes en todo su trabajo. 6

Durante los cinco años próximos Keynes dedicó su tiempo a preparar una nueva teoría para su argumento de que la economía de libre mercado era inherentemente inestable, y que sólo la mano guiadora del gobierno podría asegurar el pleno empleo frente al desastre económico que se estaba experimentando durante la Gran Depresión de la primera parte de los años 30.

Esta obra finalmente apareció en Febrero de 1936 bajo el título La teoría general del empleo, el interés y el dinero (The General Theory of Employment, Interest, and Money). 7

Excepto algunos de los jóvenes protegidos de Keynes en la Universidad de Cambridge, la mayoría de quienes reseñaron el libro fueron altamente críticos con muchas de sus “innovaciones” teóricas, además de sus recetas inflacionarias para el desempleo. 8 Incluso algunos economistas que más tarde llegaron a ser defensores de la “nueva economía” de Keynes fueron inicialmente muy críticos de su obra.

Por ejemplo, Alvin Hansen, quien fue uno de los líderes defensores de la economía keynesiana en los EEUU durante las décadas de 1950 y 1960, escribió en 1936 que La Teoría General “no es un hito en el sentido de que ponga las bases para una nueva economía". El libro es más un síntoma de las tendencias económicas que la piedra angular sobre la cual una ciencia debe construirse” 9

Con todo, en unos pocos años, y más aún a finales de la II Guerra Mundial, las ideas de Keynes habían barrido a todas las explicaciones alternativas de las causas y soluciones de las depresiones económicas10.

El libro de Keynes se convirtió en la piedra fundacional para la nueva “macroeconomía”. Su rostro incluso apareció en la portada del número del 31 de Diciembre de 1965 de la revista Time. El artículo de primera plana, titulado "Todos somos keynesianos ahora”, afirmaba:

Hoy, alrededor de 20 años después de su muerte, sus teorías son una influencia principal sobre las economías libres del mundo, especialmente la americana [...] Ahora Keynes y sus ideas, aunque todavía ponen nerviosas a algunas personas, han sido tan ampliamente aceptadas que constituyen tanto la nueva ortodoxia en las universidades como la piedra de toque de la gestión económica en Washington [...] Incluso ahora los hombres de negocios, tradicionalmente hostiles al papel del gobierno en la economía, han sido convencidos [...] Han comenzado a tomar por sentado que el Gobierno intervendrá para evitar las recesiones o cortar la inflación, [y] ya no piensan que el déficit público sea inmoral. 11

Keynes argumentaba en La Teoría General que la economía de libre mercado no contenía ningún mecanismo interno para asegurar el pleno empleo. La debilidad crucial, decía, yace en la relación entre el ahorro y la inversión. La gente tiende a consumir más cuando sus ingresos suben, pero este incremento no es tan grande como el aumento en el ingreso. En otras palabras, también se ahorra una parte del aumento del ingreso.

El problema, insistía, es que el ahorro es “no-gasto” y si la gente no gasta todo el ingreso extra que ganan, los empresarios pueden no tener el incentivo para invertir lo suficiente para emplear a todos aquellos que quieren trabajos a los salarios establecidos. Como resultado, una gran parte de la mano de obra puede acabar desempleada porque el sector privado ha fallado en crear suficientes puestos de trabajo.

La economía, por tanto, se puede quedar atascada durante un periodo prolongado en lo que Keynes llamó un “equilibrio con desempleo”. ¿No podrían mejorar los trabajadores sus perspectivas aceptando salarios monetarios más bajos? No, insistía Keynes, porque los trabajadores sufren de una “ilusión monetaria” -incluso cuando los precios estuvieran cayendo y un recorte en los salarios no les afectara en términos de poder de compra, los trabajadores rechazarían aceptar menos dinero-.

En vez de pedir que los trabajadores aceptaran cobrar menos, Keynes estaba a favor de aumentar el nivel general de precios para que los empresarios pudieran obtener beneficios sin recortar los salarios. En otras palabras, la solución de Keynes para el desempleo era la inflación de precios.

Déficit público

El gasto deficitario del gobierno proporcionaría una demanda adicional al mercado, empujando los precios hacia arriba y estimulando la contratación. Esta política continuaría hasta que se consiguiera el “pleno empleo”.

Pero debido a que, desde el punto de vista de Keynes, los empresarios eran normalmente cortoplacistas e irracionales en sus miedos acerca de las perspectivas de las inversiones, el sector privado siempre se retrasaría en crear trabajos. El gobierno tendría que estar constantemente al control de los instrumentos monetarios y fiscales, inyectando gasto en la economía para evitar que volviera a hundirse en niveles de desempleo inaceptables.

En la concepción del mundo de Keynes, los gobiernos guiados por sus ideas serían sabios y largoplacistas, asegurando que el desempleo masivo de los años 30 nunca sucediera de nuevo. El gobierno manipularía los tipos de interés, el nivel de precios, y la cantidad y dirección de la inversión para asegurar que la sociedad tuviera elevado empleo, inversiones socialmente beneficiosas, y estabilidad económica general.

Había críticos de la economía keynesiana en la década de 1940 y 1950, pero eran prácticamente ignorados por los economistas académicos y los policy-makers.12 Algunos macroeconomistas de la corriente principal también reprendieron a Keynes. Pero muchas de sus críticas eran suavizadas en términos de que claramente no perseguían antagonizar con sus colegas keynesianos.

Luego, en 1959, llegó el libro de Henry Hazlitt El fracaso de la nueva economía 13. Lo que hizo único a la exposición de Hazlitt fue su disección capítulo por capítulo de los argumentos de Keynes en La Teoría General. 14

Un aspecto central a la teoría de Keynes era su insistencia de que la “Ley de Say” era errónea al afirmar que “la oferta crea su propia demanda”. Precisamente porque la gente oferta bienes en el mercado no significa que demandarán lo que otros están vendiendo. Ellos se pueden abstener de gastar manteniendo ociosos sus saldos en efectivo (atesoramiento). Así, podría haber un exceso general de bienes en el mercado.

La Ley de Say

Hazlitt mostró que Keynes habían malinterpretado lo que Jean-Baptiste Say y otros economistas del siglo XIX quisieron decir. Los bienes pueden prácticamente siempre encontrar compradores si los precios son suficientemente atractivos. Los economistas pre-keynesianos “clásicos” nunca negaron que los bienes pueden no ser vendidos y el trabajo desempleado si los oferentes fallan en ajustar sus precios y los salarios para coordinarse a la demanda del mercado.

Además, explicaba Hazlitt, muchos de los economistas clásicos, especialmente John Stuart Mill, entendieron que los individuos podían “atesorar” dinero en vez de gastarlo inmediatamente. Pero esto se debía la mayor de las veces a la incertidumbre temporal de una crisis económica, causada normalmente por un previo e inestable boom inflacionario.15

El fallo central en el pensamiento de Keynes, insistía Hazlitt, era su falta de voluntad en admitir que el elevado desempleo en Gran Bretaña (años 20) y EEUU (años 30) fue causado por la intervención gubernamental, incluyendo a los sindicatos, que convirtieron muchos precios y salarios en prácticamente “rígidos”. Poderes políticos e intereses especiales evitaron que los mercados re-establecieran competitivamente un equilibrio entre la oferta y la demanda para varios bienes.

La solución de Hazzlitt

Por tanto, el mercado estuvo atrapado en distorsiones salariales y de precios que destruían empleo y oportunidades productivas, resultando en la Gran Depresión. (Hazlitt no negó que la contracción de la oferta monetaria a principios de los años 30 incrementó el grado al que los precios y salarios tenían que caer para re-establecer el pleno empleo).

Hazlitt consideró la “solución” inflacionaria de Keynes como rudimentaria y peligrosa. Primero, Hazlitt señaló que el enfoque de Keynes en “agregados” macroeconómicos ocultaba las relaciones microeconómicas entre una multitud de precios individuales y salarios.

El nivel de precios, el nivel de salarios, la producción total, la demanda agregada, y la oferta agregada eran todo ficciones estadísticas que no tenían ninguna realidad en el mercado real. Así, el nivel de salarios no podía ser demasiado alto en relación con el nivel general de precios. Pero en los años 30 muchos salarios para diferentes clases de trabajo estaban fuera de equilibrio con los precios de bienes individuales vendidos en el mercado.

Lo que se necesitaba para restaurar el pleno empleo era un ajuste de numerosos salarios individuales y precios de los recursos a los precios más bajos de muchos bienes de consumo. El grado al que cualquier salario monetario individual o precio de un recurso tuviera que ajustarse hacia abajo dependía de las diferentes condiciones de oferta y demanda de cada uno de los mercados individuales.

Una política inflacionaria intenta devolver al equilibrio algunas relaciones individuales de precios-salarios empujando a los precios hacia arriba a lo largo y ancho de la economía, explicó Hazlitt:

Debido a que Keynes, con su pensamiento basado en agregados, se opone a restaurar el empleo o el equilibrio mediante ajustes pequeños, graduales, poco sistemáticos [...]  debemos conseguir el mismo resultado inflando la oferta monetaria y subiendo el nivel de precios, para que los salarios reales de todos los trabajadores se reduzcan en la misma proporción [...] El remedio keynesiano, en resumen, es como cambiar la cerradura para evitar cambiar la llave adecuada, o como ajustar el piano al taburete en lugar del taburete al piano. 16

En segundo lugar, Hazlitt señaló que los trabajadores y las uniones sindicales son conscientes de cómo la subida de los precios afecta al valor real de los salarios monetarios. Ciertamente no hay una “ilusión monetaria” al alza.

Un creciente coste de la vida debido a precios crecientes pronto hace que trabajadores y sindicatos demanden salarios más altos para compensar por la pérdida del poder adquisitivo. Pero si los trabajadores y sindicatos demandan los mismos salarios reales que tenían antes de la inflación, entonces la solución de Keynes para el desempleo debe fracasar.

Finalmente, el enfoque macroeconómico de Keynes también ocultaba el hecho de que detrás de la subida del nivel agregado de precios, la inflación distorsiona muchas de las relaciones de precios relativos, incluyendo el tipo de interés. Esto genera inevitablemente una mala asignación de los recursos, del capital, y del trabajo a lo largo de diferentes sectores del mercado, que eventualmente requerirán un reajuste de la oferta y la demanda una vez termine la inflación.

Así, la “cura” inflacionaria para el desempleo pone las semillas para un nuevo brote de desempleo cuando los trabajadores tengan que cambiar de puesto de trabajo y reajustar sus demandas de salario en el periodo post-inflacionario.

En una serie de capítulos, Hazlitt claramente mostró que Keynes estaba confundido acerca de las relaciones reales entre el ahorro, la inversión, y la tasa de interés. El núcleo de su teoría estaba basado en un conjunto de errores. Esto resultó en el fallo de Keynes para comprender que el ahorro, la inversión, y la formación de capital -y no los incrementos estimulados por el gobierno de la demanda agregada de los consumidores- son los fundamentos del empleo sostenible y crecientes niveles de vida. 17

Hazlitt también criticó a Keynes por defender el incremento del control y dirección del gobierno sobre el proceso de toma de decisiones en las inversiones. Keynes claramente creía, observó sarcásticamente Hazlitt, “que existe una clase de gente (quizás economistas muy parecidos a Lord Keynes) que está completamente informada, es racional, equilibrada, sabia, que tiene los medios de saber en cada momento exactamente cuánta inversión se necesita y en qué cantidades exactas debería ser asignada para exactamente qué industrias y proyectos, y que estos gestores están por encima de la corrupción y por encima de cualquier interés en el resultado de la próxima elección”. 18

Si La Teoría General tenía tantos fallos fundamentales, ¿cómo llegó a ser, en palabras de uno de sus seguidores más entusiastas, “la biblia keynesiana”? 19 Hazlitt ofreció algunas posibles razones en su introducción a su volumen editado, Los críticos de la economía keynesiana (The Critics of Keynesian Economics), que apareció un año después de su propio libro.

Él sugería que las teorías de Keynes racionalizaron la política de los grupos de interés que deseaban llevarse los beneficios de una inflación. Asimismo, mientras que buena parte de La Teoría General está escrita en un lenguaje difícil, Keynes podía encandilar al lector con imágenes literarias y un ingenio que escondía sus fallos lógicos centrales. Keynes usó la “técnica de argumentos oscuros seguidos por claras y triunfantes conclusiones”, dijo Hazlitt.

Y, finalmente, Hazlitt conjetura que el éxito del libro puede haber tenido mucho que ver con su aparición para derrotar a la existente ortodoxia a favor de ideas radicales y de moda sobre ingeniería social. “Pero cualquiera que sea la explicación completa del culto keynesiano,” concluía Hazlitt, “su existencia es uno de los mayores escándalos intelectuales de nuestra era”. 20

La dominación monolítica que la economía keynesiana tuvo una vez sobre toda la política macroeconómica se ha roto desde hace más de dos décadas. Mientras que demasiados de los errores de Keynes todavía subyacen en cómo los economistas piensan sobre la inflación, la recesión, y el desempleo, el original y primitivo pensamiento keynesiano ha sido más o menos derrotado. Esto se debe, en gran parte, a la completa y brillante demolición que Henry Hazlitt realizó más de 40 años atrás.

Artículo elaborado por Richard M. Ebeling, y publicado originalmente en The Freeman. Ideas on Liberty.

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