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José García Domínguez

El Doctor Jekyll y Mister Rajoy

¿Acaso cabe mejor prueba de la incapacidad de Rajoy que su medrosa complacencia con el padre de todos los vómitos brechtianos durante el último Comité Ejecutivo? "No habrá próxima vez", acaba de sentenciar ufano el de Pontevedra. Para él, sin duda.

Mariano Rajoy, como en su día Scott Fitzgerald, siempre habla con la autoridad que le da el fracaso. De ahí, tal vez, que cuanto dice mantenga una exquisita equidistancia con lo que hace, y lo que hace nunca llegue a coincidir, ni por un remoto azar, con lo que piensa. Una muy funcional esquizofrenia que le habilita para travestirse de Doctor Jekyll o Mister Hyde, según convenga a su errático parecer. De Jekyll, por ejemplo, con tal de reputar inadmisible el ataque de aerofagia retórica que sufrió Manuel Cobo en las páginas de El País. De Hyde, para garantizarle la más obscena impunidad disciplinaria al airado doliente.
 
Así, agradecido, el propio del otro ha respondido poniendo un cargo de confianza personal a disposición del partido. ¿De los seiscientos mil militantes? ¿Del Congreso Nacional del PP? ¿Del grupo parlamentario en las Cortes? ¿O tal vez de la Internacional Conservadora? A saber. Como si ese empleo suyo de vicecorreveydile concejil no dependiese única y exclusivamente de Gallardón, el señor a quien obedece y sirve tan lenguaraz vasallo. Por lo demás, es Jekyll quien, expeditivo, fulmina al doméstico de Camps; al tiempo que Hyde, solícito, humilla la cerviz ante el lacayo del alcalde. Jekyll, el que perora solemne sobre el sagrado cumplimiento los Estatutos; Hyde, en fin, el que se los traga con la preceptiva ración de patatas fritas cuando fuere menester.
 
Más de una vez se ha barruntado aquí que las dos enfermedades crónicas de la derecha son el fulanismo y la adicción a la gomina. Que al partido de orden durante la República tuvieran que ponerle Confederación Española de Derechas Autónomas, ya lo dice todo sobre la primera de esas malformaciones congénitas que luego heredaría el PP. En cuanto a lo otro, lo de los gallitos de corral adictos al fijador, también viene de muy atrás la infección y tampoco tendrá fácil terapia. En cualquier caso, no ha de ser Rajoy el cirujano que libere al cuerpo político de la derecha de esos dos males. ¿Acaso cabe mejor prueba de ello que su medrosa complacencia con el padre de todos los vómitos brechtianos durante el parto de los montes en que devino el último Comité Ejecutivo? "No habrá próxima vez", acaba de sentenciar ufano el de Pontevedra. Para él, sin duda.

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